Bahía Blanca | Martes, 16 de abril

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La esperanza de un país menos crispado acompaña la elección de hoy

Algunos avanzados columnistas y no pocos consultores sostienen que la mayor expectativa -cuando esta noche se abran las urnas- no será confirmar el triunfo de Mauricio Macri, que todos ellos descuentan, sino cual fue la diferencia de porcentajes entre uno y otro, que tan amplia o ajustada resultó esa victoria.

Parece mucho, o cuanto menos arriesgado en un país volátil como el nuestro. Pero un comentario de un sciolista de pura cepa a mitad de semana pareció sin embargo acercarse a ese pronóstico tan jugado. Sobre todo por el tono con algo de pesadumbre que lo dijo: “Está muy difícil, pero tenemos confianza de que lo podemos dar vuelta”.

Es además todo un indicio de las dificultades que se advierten en el búnker del Frente para la Victoria que, en el fin de la campaña, Scioli haya tenido que meter mano a un recurso extremo como fue cambiar a última hora el acto de cierre en Mar del Plata para hacerlo en La Matanza.

Supone que allí, a falta de otros intendentes del poderoso conurbano que, o se desentendieron de la suerte del candidato o solo se preocupan por salvar la ropa tras haber perdido sus bastiones en octubre, están los votos que le faltan de la mano de un caudillo clientelar como pocos como Fernando Espinoza.

A simple vista no alcanzaría, si al mismo tiempo se repara en que Macri juntó más gente en su cierre en la Quebrada de Humahuaca que los que nunca consiguió Cristina Fernández en sus visitas o el derrotado peronista Eduardo Fellner, según cálculos de periodistas locales que conocen ese paño.

No todo está perdido y nada está dicho de antemano. No sólo porque vale ser reiterativo: los partidos hay que jugarlos. Pero también porque los encuestadores todavía le deben a la sociedad una explicación seria por el papelón que hicieron el 25 de octubre.

Si fuese por las encuestas se podría decir que Macri llega al balotaje con la banda y el bastón bajo el brazo. Pero la gente, o mucha gente, decide a último momento a quién votar. Todavía hay indecisos. No son el 20 por ciento del electorado que, más como un ruego que como una certeza o dato de la realidad, pronostica Scioli que hay. Pero alrededor de un diez por ciento de la ciudadanía estaría en esa franja que es aceptada por el grueso de los consultores y observadores. Parece imposible que el gobernador logre captar todos esos votos, pero que además se quede con el grueso del voto massista cuanto todos los cálculos previos dicen lo contrario, como para dar la vuelta la historia.

Veamos el cuadro que pinta la llegada de ambos contendientes a la histórica jornada de hoy. Daniel Scioli no sólo terminó haciendo cristinismo puro y duro durante el tramo más penoso de su campaña, atosigado sin remedio por aquel sueño que acunaba de ganar en primera vuelta que no lo abandona y lo refleja en su rostro crispado y nada amigable de estos días.

Para peor, sobreactuó la escena cual mejor alumno de la clase y le copió a Cristina los peores vicios: violó la veda, mintió, alentó miedos y fantasmas que sólo existen en el cerebro de quien finalmente le ordenó el cuándo y el cómo de la campaña.

Un intríngulis no resuelto que, al momento del último paso por las urnas, desnuda un síndrome inconfundible que hay que decirlo: Scioli siente un temor patológico por Cristina Fernández. Cabría preguntarse por qué, cuál es el dato escondido de tanta sumisión que lo asemeja a la parábola del escorpión y la rana. Del mismo modo que muchos todavía se preguntan qué hizo que el general César Milani de un día para otro se fuese mansamente a su casa.

Scioli fue capaz de tirar por la borda 20 años de política hecha entre mesuras, concordancias, diálogos, respeto por el adversario, palabras justas y medidas, para convertirse en lo que se convirtió. Casi un remedo de lo peor del caudillismo patoteril del peronismo. Un émulo de entrecasa de Aníbal Fernández, al que le debe buena parte de su desgracia electoral del último mes. Ese es Scioli.

No se animó a siquiera sugerir en público lo que muchos le gritaban a su alrededor: que se sacara de encima a Cristina pero también al jefe de Gabinete, por cuya culpa basada en un altísimo rechazo social perdió nada menos que la provincia de Buenos Aires.

El peronismo de toda laya no olvida ni olvidará fácilmente esa afrenta. Sin dejar pasar, pequeño acto de reparación al quilmeño, que la provincia madre del peronismo que se perdió a manos de una “señora aniñada y recién llegada” fue gobernada por Scioli durante ocho años. El entrecomillado es del propio Aníbal.

El gobernador llega a su hora más difícil irremediablemente atado a las peores prácticas del clientelismo de las que se ufanaba de mantenerse vacunado durante todos estos años.

Abajo en todas las encuestas privadas que han circulado por empresas, despachos y redacciones desde hace dos semanas, no logró descontar un solo punto de la ventaja que le saco Macri apenas terminó la historia de la primera vuelta, con ese magro triunfo por escasos tres puntos ante el alcalde porteño comenzó a darse vuelta.

El debate en la Facultad de Derecho en el que muchos sciolistas habían puesto las últimas esperanzas fue una oportunidad desperdiciada que si no le restó, aunque hay dudas al respecto, tampoco le sumó.

Se quedo en el mismo papel de denunciador de calamidades futuras en vez de ofrecerle al auditorio alguna propuesta concreta. Salvo las generalidades y la defensa de conquistas del pasado que nadie discute. Para colmo de males, con la contradicción flagrante de sostener que él no tiene nada que ver con el Gobierno que se está yendo. Un verdadero descalabro.

La pregunta de por qué Scioli jugó en el tramo final de la campaña un rol que en verdad le hubiese correspondido jugar a Macri; es decir obligarlo al candidato de Cambiemos a ser él el malo de la película con tanta apelación al miedo y a cataclismos supuestos e imaginarios, sin al mismo tiempo enarbolar propuestas para que la ciudadanía supiese qué le espera bajo una administración suya, será materia futura de estudio de psicólogos y sociólogos.

“Scioli debió forzar a Macri a ganarse los porotos, y no al revés”, analizó uno de ellos. Que a la vez le encontró una primera y fundamental razón para ese cambio de roles. Scioli sintió que, al no ganar en primera vuelta, “perdió” la elección, cuando en verdad la ganó por tres puntos de diferencia. Y se vio apurado a asumirse como el malo de la película cuando advirtió que la sociedad misma tuvo esa percepción: seis de cada diez consultados dijeron en un sondeo callejero que había ganado Macri. Cuando había ganado Scioli.

“El propio Scioli, impensadamente, se paró en la campaña hacia el balotaje como el perdedor de aquella elección y no como el ganador. Y fue Macri, el que había perdido y necesitaba por ahí jugar el rol más duro para remontar la cuesta, el que lució sereno y radiante y le puso su nombre y apellido a la campaña de la alegría”, abundó el sociólogo.

Componentes de ese escenario quedaron a la vista. Macri hizo una campaña desde el 25 de octubre para acá más parecida a lo que en el barrio se conoce como “hacer la plancha” que a una batalla sin cuartel más cercana al que necesita pelear voto a voto. Un cierto triunfalismo que hasta le fue reprochado en sus propios campamentos.

Pero, al mismo tiempo, cabria darle un poco de razón al ingeniero: con escuchar los ataques de su rival sin responder agravio con agravio, y hasta condolerse socarronamente por su pobre situación de dependencia de un espacio que lo odia sin remedio y que le hizo todas las trapisondas posibles para que pierda (“¿En qué te han convertido, Daniel?”) le alcanzó y sobró.

Tal vez la única certeza que puede sostenerse a partir de mañana, sea Macri o sea Scioli el nuevo presidente, es el modo o las formas más o menos graduales con las que quien se siente a partir del 10 de diciembre en el Sillón de Rivadavia encare la solución de la gravísima crisis económica, social, y de fractura ciudadana, que dejan como pesada herencia los ocho años de gobierno de Cristina Fernández.

El desafío no es menor, en especial si la doctora ya ha deslizado en conversaciones privadas que se va a parar como el fiscal de la República para respirarle en la nuca a cualquiera de los dos que intente “traicionar el modelo”.