Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Estados alterados, en el tramo decisivo de la campaña

Mauricio Macri, ayer, en pleno acto del Frente Cambiemos en la ciudad de Mar del Plata.

Resulta difícil saber, desde lo ocurrido el pasado domingo, probablemente hasta la llegada misma del 9 de agosto y su jornada de internas nacionales, el daño que Mauricio Macri le ha provocado a su candidatura o a la del colectivo Cambiemos. O cuánto hay de cierto que la insólita voltereta del ingeniero y su nulo sentido de la oportunidad suponen un cóctel perfecto para Cristina Fernández, que ya vimos cómo le ha sacado provecho. O hasta que, con una oposición como la que tiene enfrente, Daniel Scioli bien podría dedicarse a hacer la plancha hasta el momento de las elecciones.

El interrogante se agrava porque ya no es posible creer en encuestadoras y consultorías que en su mayoría o son pagadas por los candidatos o vienen amañadas por simple pertenencia política al espacio. Es lo que ocurrió en el balotaje porteño y no es aventurado sostener que todas, o casi, quedaron heridas y expuestas al descrédito. Será difícil creerles de ahora en más.

Se pueden extraer algunas conclusiones para aproximarse a un escenario. Primero, reconocer que el macrismo no dejó trastada por hacer justo cuando se suponía que, pese a lo ajustado de su triunfo, podía empezar a revalidar títulos. A la inoportuna muestra de kirchnerismo tardío del alcalde porteño le siguieron los dichos de Horacio Rodríguez Larreta sobre las bondades del Fútbol para Todos, y hasta un decálogo que se filtró de respuestas adecuadas de los macristas ante preguntas incomodas después de aquel papelón, que confeccionaron Jaime Durán Barba, Marcos Peña y Nicolás Caputo, el círculo cerrado alrededor de Macri. Pareciera nomás que tienen cierto grado de desesperación y cada vez que intentan aclarar, oscurece.

Lo que en verdad dicen algunos macristas en su defensa es que puede ser que el momento elegido no haya sido el más recomendable. Pero, en algún momento, razonan, el candidato presidencial de Pro iba a tener que pegar ese medio giro ante la necesidad de ganarse el electorado moderado pero no del todo antikirchnerista, o no antikirchnerista rabioso. Esa franja del medio por la que ahora parecen obligados a competir Macri, también el renacido Sergio Massa y de hecho el mismo Scioli, que es la que puede decidir una elección.

Como sostienen varios analistas, el padrón está dividido en tercios. Uno votaría por Scioli y el otro lo haría por Macri, con el tigrense a la vez obligado a pelear en esta franja. El voto a conquistar de aquí a las PASO y luego de cara a la primera vuelta de octubre es ese otro tercio que ni quiere un cambio a locas pero que tampoco quiere que siga más de lo mismo sin tocarle una coma.

Así contado podría decirse que esa fue la jugada de Macri. Bien pensada pero pésimamente aplicada y hasta mal explicada. O sin la chicana adosada como suelen hacer los partidarios de Cristina, y ella misma. Porque Oscar Parrilli fue miembro informante de la privatización de YPF apoyada por Néstor Kirchner durante el gobierno de Carlos Menem, y ahora a nadie se le ha movido un pelo. Lo que Macri transmite es de Perogrullo: quiere empresas estatales pero sin que se roben la plata o pésimamente administradas como el caso de Aerolíneas Argentinas.

Pero resulta que Cristina y sus voceros, y los pautadependientes de 6,7,8 lo descuartizan porque en su momento apoyaba la privatización de Aerolíneas. Al macrismo le haría falta un poco de picardía y además un buen archivero: también la doctora apoyó fervorosamente en 1992 la privatización de la petrolera.

A este entuerto, todavía por resolver y de resultado incierto, Macri y el resto de la oposición le deben sumar que siguen sin darse cuenta de que el peronismo mientras tanto es una maquina a todo vapor a la que a la hora de pelear poder se suben todos, hasta los que una semana antes se mataban y acusaban de cualquier cosa. "Ellos se juntan para ganar, después se parten en cuatro o después Scioli empezará a desmarcarse de a poco", dicen con razón aquellos analistas.

El acto de Parque Norte del viernes por la noche es una prueba cabal de ese viejo proceder peronista, mientras la oposición sigue sumida en su propio mar de egos y encima cometiendo errores justo en la recta final, cuando no hay que cometerlos, como si Macri fuese un principiante.

Cabe preguntarse, por caso, qué lo llevó a Martín Lousteau, que en la escena nacional es aliado de Pro, a decir que nunca votará al ingeniero, que lo hará por Ernesto Sanz, y que si el radical pierde la interna apoyará a Margarita Stolbizer, que no integra la coalición.

Por ahora las tan desprestigiadas encuestas no han reflejado este cambio para algunos violento del escenario. Y si efectivamente el beneficiado es Scioli, o cuánto de sus aspiraciones de llegar a la Casa Rosada ha dejado Macri desde aquel fatídico domingo, y si lo ocurrido supone otorgarle una nueva vida a Massa. Se verá con el paso de los días.

Sobre lo que no parecen quedar dudas es que la oposición -salvo el líder del Frente Renovador, que esta semana lanzó un alerta- está desatendiendo lo obvio: que el Gobierno nacional hará cualquier malabar para llegar con la economía atada con alambre a fin de año para que después le explote al que venga.

Cristina Fernández está decidida a que sea el que sea quien gane -y eso de hecho lo incluye a Scioli- tenga que hacer el ajuste que ella se niega a realizar ahora mismo. El gobernador intuye esa trampa y por eso mandó reponer en la escena su idea de retener a Axel Kicillof como ministro de Economía. La doctora, obviamente, jamás lo permitirá.