Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Un gobierno que está atrapado en la brutal lógica de Cristina

Por los pasillos, funcionarios con gesto adusto. En busca de conservar la masa crítica de votos del FpV. Lamentos por lo bajo. Inquietud por las causas judiciales. La oposición, tras la impactante marcha del 18F. Eugenio Paillet / elpais@lanueva.com
Más de 400.000 personas marcharon el miércoles 18 por el centro de Buenos Aires .

Resulta cada vez menos difícil encontrar por los pasillos del gobierno funcionarios con gesto adusto que reconozcan que, así como van las cosas, la presidenta los lleva a un desastre electoral en octubre. Son los mismos, viene a cuento recordarlo, que cuando empezó la pendiente sin remedio tras la derrota electoral de 2013 advertían que "ella no se va a ir sin pelear", o que "nunca le va a colocar la banda a un sucesor que no sea del palo, antes rompe todo".

Claro, a la par de esa constante se ha ido repitiendo otra que los tiene atrapados entre la impotencia, la desesperación y buenas dosis de mea culpa: ninguno de ellos tuvo ni tiene el coraje de ir a decírselo en la cara. Tampoco cuentan con margen de maniobra para intentar torcer el desarrollo de los acontecimientos por las suyas. Ante el menor amague, ella los amenaza con carpetazos o con la ira de Máximo Kirchner.

Verdad ésta más que relativa porque los cuchicheos gubernamentales dicen que el hijo presidencial ha vuelo a las andadas y está más preocupado en otras cosas, los negocios familiares por ejemplo, que en el destino del espacio que tiene fecha de vencimiento inexorable dentro de diez meses. Se dirá en esos mismos círculos que el muchacho es fanático de la play pero no es tonto: ya leyó decenas de encuestas en las que su imagen negativa es siempre más alta que la de su propia madre.

No se equivocan esos ambulantes sin peso, obligados a recitar cada mañana el papelito que previamente ella les pasó por debajo de la puerta. Ha quedado claro que este gobierno no tiene remedio, ella no va a cambiar, no va a retroceder ni un tranco, por el contrario, le obsesiona la necesidad de reforzar cada día esa impronta de gobernante irascible y autoritaria que hasta es capaz de disfrutar su propio silencio mientras hay una demanda nacional que le reclama un pésame a las hijas de un fiscal muerto.

Se ha instalado en los mentideros de la política la presunción de que la doctora termine incluso embarcada en alguna locura al margen de cualquier viso de institucionalidad. La afiebrada idea del autogolpe, que justificaría la declaración del estado de sitio, y hasta de meter mano en el calendario electoral de este año, figuran en los planes de algunos fanáticos que no reparan ni les interesa hacerlo en que en rigor lo que están impulsando es apagar la hoguera con baldazos de nafta. Todo es un completo despropósito, es cierto, pero en el actual estado de cosas, con Cristina Fernández nada es para descartar de antemano.

Algún análisis benevolente de aquellos quejosos del poder tiene cierta lógica y se enmarca con la visión de varios consultores que se han expresado en estos días mientras la situación se desmadraba tras la misteriosa muerte de Alberto Nisman. Ella está obligada a hacer lo que hace porque no se puede permitir perder un solo voto más de la masa crítica que hoy la acompaña sin chistar y decididos a no sacarse la venda de los ojos. Si la elección fuese hoy, el FpV no obtendría más que el 25/27 % de los votos, con mucha suerte. Ella misma ha perdido entre ocho y diez puntos en las encuestas de imagen desde que estalló el escándalo Nisman. Nadie pronostica que pueda salir de ese piso histórico en diez meses de gestión que le quedan, plagado de acechanzas judiciales, sociales y económicas. La ceguera les impide ver que muchos de los que marcharon por Nisman fueron votantes desencantados del kirchnerismo que contribuyeron al 54% de 2011.

En el gobierno se lamentan por lo bajo por no haber manejado la situación de otra forma. Pero cómo hacerlo, se vuelven a preguntar, si al final ella impone con su furia huracanada el pensamiento y el curso de acción. Cualquiera podía prever que la Justicia estaba haciendo lo que hace siempre ante un final de ciclo. Pero ella ordenó acusarlos de golpistas, de narcotraficantes, de ser empleados de Clarín. La presidenta va de desatino en desatino, agravados porque sus groseros errores de cálculo, y su iracundia sin par, hicieron que el gobierno perdiera el vital manejo de los pasillos de Tribunales.

Peor todavía: son ahora los jueces y fiscales los que van por mas. No descubre la pólvora Aníbal F cuando dice que no es casual que, justo el día después de la marcha, la la Sala I de la Cámara Federal ratifica el procesamiento de Amado Boudou, y al mismo tiempo rechaza el pedido de apartar a Claudio Bonadio en la causa Hotesur, que son dos causas centrales que le van a complicar la vida al gobierno de aquí a fin de año. Podría llover sobre mojado: se rumoreaba el viernes que Bonadio podría citar a Máximo a declaración indagatoria.

Daniel Scioli resiste como puede entre su decisión de hacer equilibrio extremo con un pie en cada orilla, y los que le reclaman que rompa ahora mismo, antes de que sea demasiado tarde. Florencio Randazzo prefiere recostarse en aquella masa electoral crítica, y en el incomprobable argumento de que al final muchos que hoy critican terminarán por votar al cristinismo.

Con la impactante marcha del silencio, los fiscales demostraron que ellos han cumplido su parte. Ahora dicen "hasta acá llegamos, no somos un partido político, esta bandera ahora tiene que tomarla la oposición". Queda claro que la oposición deberá ponerse los pantalones largos porque si hay algo que nadie discute es que ninguno de ellos tiene hoy la capacidad de movilizar 400 mil personas, más allá del fuerte convocante por la oleada de indignación nacional que provocó la muerte del fiscal y la fortísima solidaridad que generó la familia. Es su gran desafío.