Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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Carritos de comida

El origen de los carros de comida o food trucks se le atribuye a un texano, llamado Charles Goodnight, allá por el año 1866. La idea de Charles era simple, viendo que los vaqueros pasaban mucho tiempo arriando su ganado de aquí para allá, modificó la parte de atrás de su carreta con lo necesario para poder armar una especie de cocina móvil, con leña, espacios para utensilios y mantas de dormir.

El carro funcionó más que bien, su trabajo era respetado y de prestigio, ya que se entendía que tenía que lidiar con muchas dificultades para alimentar a los comensales, desde las particularidades del terreno hasta conseguir los insumos necesarios. El carro era un lugar de reunión, un fenómeno social, donde no faltaban historias y cantos alrededor de una fogata.

A lo largo de los tiempos, la idea perduró, y se fue adaptando a su entorno y contexto social, siendo siempre la alternativa de aquellos que no pueden, o no desean volver a sus casas para un tentempié. La curiosidad y la crisis económica hicieron que en los últimos años se transforme en un fenómeno gourmet global. Los carritos de comidas se profesionalizaron, se pusieron de última moda y pasaron a ser una opción más para comer rico, rápido, y generalmente, más barato que en un local. Con una estética fuerte y muy cuidada, los carritos conservan las características de su origen, la comida se prepara en el momento y se come parado o apoyado en la misma barra del carrito.

En nuestro país, el tema trae cola, o tráiler como usted prefiera, y complica particularmente a funcionarios y legisladores porque, claro, una cosa es parar una carreta en medio de Texas en 1800, otra muy diferente es estacionar un carro en la calle Alsina de Bahía Blanca, en el año 2015. Las complicaciones de tránsito, los derechos de quiénes y por cuánto, y las regulaciones bromatológicas hacen de este tema un pancho más que caliente para masticar. Y nadie quiere pegar el primer bocado. Existen ordenanzas, por supuesto, que tratan de ir al ritmo de la moda y los nuevos tiempos. Los carritos de nuestra ciudad, tanto de pochoclos y cubanitos, como de panchos y hamburguesas, pagan sus impuestos, realizan los cursos de Manipulación de Alimentos que plantea la Municipalidad, y son contabilizados y controlados por los organismos pertinentes; poco queda ya de la improvisación de antaño.

Habrá que ver hasta dónde se les permite el acceso a los nuevos camiones gourmet, con sus propuestas renovadas y una energía arrolladora, que parecen venir con ansias de modificar el paisaje urbano de cada ciudad.

Una transformación que es reflejo de una generación que busca complacer su paladar sibarita aún en una pausa laboral, y que intenta sostener un “estilo” a la hora de alimentarse.

En el auge de las selfies y la sobreexposición de la vida ya no tan privada, supongo que el viejo dicho “Somos lo que comemos” podría cambiarse un poco a “Somos tan cool como los lugares donde comemos" y estos carritos sí que se ven cool.