Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Un repunte que se hace esperar

Un repunte que se hace esperar. Análisis económico La Nueva. Bahía Blanca

Los últimos datos de actividad de junio confirmaron que el segundo trimestre fue mucho peor que lo esperado. Las caídas en todos los segmentos de la actividad fueron muy notorias y en algunos casos, como la industria y la construcción, se profundizaron.

Ni siquiera el campo muestra todavía el repunte acorde con las facilidades fiscales (baja o eliminación de retenciones) que brindó el gobierno, aunque este efecto comenzará a notarse a partir de ahora con la cosecha de maíz y trigo. En definitiva, el segundo trimestre fue mucho peor que el primero y peor que las estimaciones que había efectuado el mercado y sin lugar a dudas el gobierno nacional.

La inflación tampoco dio señales muy claras de estabilidad en el final del primer semestre y recién en julio se divulgarán valores que estarían levemente por debajo del 2,5%.

Tampoco la lucha para domar los precios resultó como la esperaba la administración de Mauricio Macri, porque los índices mensuales de la primera parte del año resultaron más altos que lo esperado y la tendencia a la baja también será lenta.

El objetivo del Central de llegar a niveles de 1,5% mensual en el último trimestre es hoy por lo menos dudoso.

La caída en actividades que generan mucha mano de obra también está provocando la destrucción de puestos de trabajo en el sector formal de la economía.

La situación se vuelve más compleja para aquellos que siguen en la informalidad. El doble desafío es ahora no sólo conseguir la reactivación sino empezar cuanto menos a recuperar los puestos de trabajo que se perdieron en los últimos meses.

Pero las buenas noticias aún tardarán en llegar. El tercer trimestre “pinta” tan malo como el segundo, por lo que “pasar el invierno”, una frase famosa que ya tiene más de 50 años en la Argentina, se vuelve más vigente que nunca.

Los buenos resultados recién empezarían a aparecer en el último trimestre. Hay dos factores que permiten abonar cierto optimismo. En primer lugar, la comparación se hará contra fines de 2015 que ya fue un período recesivo para la economía, por lo que la comparación interanual ya sería favorable, aunque no más allá del 2%.

La baja de tasas que retomaría el Central en agosto, una vez que se confirmen datos más concretos de disminución den la inflación tampoco alcanzaría para reactivar.

El tamaño del crédito formal en relación al PBI es uno de los más bajos de la región, no llega al 15%, por lo que el impacto de menores tasas no resulta demasiado relevante. En cambio, menores rendimientos en pesos sí podrían alentar a cierta escalada del tipo de cambio, evitando que se acentúe el incipiente proceso de atraso cambiario.

Tampoco el blanqueo será decisivo para recuperar los niveles de actividad, aunque claramente brindará un alivio al fisco en momentos en que hay que enfrentar el pago de los juicios a los jubilados.

Esa mayor transferencia de recursos desde el Estado resultaría clave para empezar a dinamizar el mercado interno, muy golpeado por la elevada inflación acumulada y la consiguiente pérdida de poder adquisitivo. Con una economía muy cerrada al comercio internacional como es la Argentina, lo que suceda con el consumo termina siendo decisivo para la reactivación.

El eterno problema

Pero si bien se da casi como un hecho que la economía repuntará cerca de 3% el año que viene, la incógnita que subsiste es si será posible mantener esa mejora en los próximos años. La inversión será indudablemente el dato a monitorear: en la medida que repunte permitirá que la reactivación que se avizora pueda consolidarse. Las proyecciones optimistas indican que los actuales niveles de 19% en relación al PBI (muy bajo en términos históricos) podrían saltar en los próximos años a 24%, por encima de la media de los últimos años de la Argentina e incluso regional. Esto incluiría no sólo inversión extranjera directa, sino de los propios argentinos.

La visita del emir de Qatar o del presidente mexicano a la Argentina muestran que existe un incipiente interés internacional, que la Argentina puede utilizar en varias direcciones: aumentar los lazos comerciales con el mundo luego de muchos años de encierro, pero al mismo tiempo convencer al mundo que empiece a mirar al país como destino de inversión.

De hecho, el último informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) reflejan que nuestro país la Inversión Extranjera Directa (IED) disminuyó un 7,5% entre el año pasado y 2014, relegando a Argentina, la tercer economía latinoamericana, a uno de los últimos lugares en cuento a preferencias de los grandes capitales internacionales, incluso, por debajo de países más pequeños, como Perú o Colombia.

Así, la capacidad que tenga el país, en definitiva, de atraer capital fresco y de largo plazo será finalmente lo que definirá si la economía puede consolidar un proceso de crecimiento en los próximos años y lo que sellará la suerte del gobierno de Mauricio Macri. Más allá de algunas medidas de corto plazo que apenas permitirían que la economía salga de su actual estancamiento.