Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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¿Qué hacemos con Cristina?

La pregunta no es ociosa. De hecho se la han formulado en los últimos días habitantes de cuarteles del peronismo no kirchnerista, que suelen desgranar estos y otros intríngulis con sus colegas de la Casa Rosada, respecto al rol de Cristina Fernández en el escenario electoral que arrancó en Salta y tendrá su parada más brava en las PASO de agosto, antes de la confrontación mayor en las nacionales de octubre. ¿La presidenta suma votos a sus candidatos, les resta votos, o ninguna de las dos cosas? ¿Es Cristina Fernández una dirigente que espanta al electorado, salvo a aquel que se considera cautivo o en estos tiempos llamado el "cristinismo puro" o "recalcitrante"? Son las preguntas ampliadas que, por razones obvias, encuentran respuestas en privado pero que nunca serán reconocidas en público.

Hay un primer indicio en el cierre de la seguidilla de elecciones primarias o locales que se han desplegado hasta ahora que disparó las alarmas. Aunque la presunción de que el estilo soberbio y excluyente de la presidenta no es nuevo en esas mesas de arena: todos los candidatos que apoyó Cristina Fernández perdieron. En aquel triunfo de Juan Manuel Urtubey en Salta se mantuvo distante, y en la victoria riojana del domingo si algo se coló en el palco de la victoria fue la figura de Carlos Menem. Antes, en el Chaco, Jorge Capitanich ganó las internas sin el apoyo explícito de Cristina, quien recién se subió al carro cuando todas las encuestas auguraban un triunfo del exjefe de Gabinete. Y Omar Perotti, en Santa Fe, hizo una elección impecable sin que Cristina ni nadie en su nombre haya acudido a apoyarlo.

Hay una perlita en el caso del derrotado candidato a jefe de gobierno porteño del FpV, Mariano Recalde. La presidenta volcó todo su apoyo a esa postulación, ordenó encolumnarse sin fisuras a todo su gabinete detrás del titular de Aerolíneas, y hasta abusó de la cadena nacional para mostrarlo a su lado. Conclusión: Recalde no sólo quedó tercero sino que, por primera vez en democracia, dejó afuera de la segunda vuelta al peronismo.

Peor todavía. La presidenta estuvo con Recalde el jueves del cierre de campaña en la villa 20 de Lugano, una barriada en la que La Cámpora hizo mucho clientelismo durante las semanas anteriores. Allí Recalde perdió a manos de Horacio Rodríguez Larreta por casi 15 puntos de diferencia.

El mismo destino de derrota de candidatos que recibieron el sonoro respaldo de Cristina, incluyendo sus viajes personales y las cadenas nacionales, se registró en Mendoza, donde perdió el representante del FpV, Adolfo Bermejo; en Rio Negro, donde el respaldo al senador Miguel Pichetto no alcanzó para evitar la derrota; y en La Pampa, donde la presidenta volcó todo su favor en la figura del kirchnerista Fabián Bruna, que perdió la interna por la candidatura a gobernador con el peronista histórico Carlos Verna.

Un capítulo aparte fue lo ocurrido en Córdoba. La presidenta jugó decididamente a favor de Eduardo Acastello, a quien como cuadra mostró en cadena nacional y lo visitó para un par de actos. Y también le proveyó de un par de encuestadoras nacionales al servicio de la Casa Rosada que aseguraron que "peleaba" la gobernación con Juan Schiaretti y desplazaba del segundo puesto a la alianza entre radicales, el Pro y Luis Juez. Acastello terminó tercero a 20 puntos del delfín de De la Sota y a 10 de Oscar Aguad.

Una conclusión se hace evidente: con los números oficiales en la mano y desprovistos de cualquier intencionalidad política, aquellos analistas peronistas conceden que no es posible esquivar una lectura que está cantada: Cristina Fernández hundió, hasta hoy, a todos los candidatos que apoyó.