Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Sospechas a granel y huracanes de ira, el “submundo” de Cristina

Cuando se apagan las luces de la TV. La diferencia con Bachelet. La alternativa Scioli. Desconfianzas con el entorno. Entra Parrilli, sale Icazuriaga. La causa contra Abal Medina. La vuelta de Aníbal Fernández.

Por Eugenio Paillet / elpais@lanueva.com

El cuadro se ha profundizado en las últimas semanas. Para malgrado no solo de todo el mundo externo que la rodea, sino ahora también del círculo cada vez más estrecho que le sirve y le teme. Una constante esta última, la del estrechamiento, que se profundiza en la medida que se avizora inexorable el momento incierto de abandonar el poder.

Esa presidenta que se muestra altiva y soberbia, llena de chicanas y mohines tendenciosos desde el atril, que baila frenética sobre un escenario de la Plaza de Mayo, se transforma en huracanes de ira, al borde del colapso por la acumulación de sospechas sobre la existencia de desestabilizadores o golpistas hasta en su propia cocina, cuando se apagan las luces de la televisión.

La presidenta, según revelan quienes todavía la frecuentan, ha profundizado un sesgo que se venía perfilando desde que empezaron sus problemas con la Justicia. Ha entrado en un estado de paranoia y de sospecha extrema que conspira contra los intentos de sus colaboradores y estrategas de procurarse un tránsito medianamente normal en el último año al frente de la Casa Rosada.

Cristina Fernández se envuelve en aquellos huracanes de ira además por otras razones que comprueba ahora que no puede modificar. Por citar algunas: ella no será la Michelle Bachelet argentina que abandone el gobierno con una aceptación popular de cerca del 70%. Pese al escudo judicial que se procura a través del diligente Congreso, no podrá evitar irse del poder sin la espada de la Justicia rozando sus espaldas por sospechas de hechos de corrupción y hasta del gravísimo delito de lavado de dinero.

Y se agiganta uno de sus peores fantasmas, si no el peor: no le va quedando más remedio que bendecir a Daniel Scioli, lo cual justifica su obsesiva recurrencia por ningunearlo y ofenderlo, mientras la comunicación oficial se cuida de incluir alguna foto o una mínima referencia a Karina Rabollini en la síntesis de prensa que le acercan cada mañana. En La Plata no dudan: espías oficiales y un importantísimo secretario de Estado nacional están involucrados en la filtración a canales amigos de su polémico y costoso viaje a Miami para sacarse una foto con Bill Clinton.

Todo se desbarranco desde que Claudio Bonadio se convirtió en su calvario y en su sombra. La presidenta ya viene sospechando de ese y otros jueces, de la oposición, de periodistas, empresarios y sindicalistas. Y ahora también desnuda que cada vez confía en menos funcionarios de su entorno. Echar de la Secretaría de Inteligencia a Héctor Icazuriaga y Francisco Larcher porque no lograron pararle a los jueces y en especial a Bonadio es de lo peorcito que sirve como ejemplo.

Ya venía de despedir malamente a Rafael Follonier, un fiel componedor de toda la vida al servicio de Néstor Kircher, porque lo acusaba de jugar para Sergio Massa. La designación de Oscar Parrilli en la SI tiene el único objetivo de reforzar como sea el revoleo de carpetazos, contra los jueces y algunos periodistas. Pero es, a la vez, el indicio de lo que se dice más arriba: ya no hay idóneos para los cargos, se sirve de lo que le queda a mano. Esa carencia la lleva a cometer groseros errores.

Designó como segundo de Parrilli a Juan Martín Mena, al que le ordenó operar con los jueces para alivianar su situación, a cambio tal vez de ofrecer, como ya trascendió, la cabeza de Amado Boudou.

Mena intentaba desde hace tiempo hacer lo que ya hacía otro abogado, Javier Fernández, que en tiempos de Néstor siempre anticipaba un par de casilleros los movimientos de los jueces. A Fernández también lo desplazó por la misma sospecha que la obsesiona casi tanto como las otras: “Vos estás jugando para Massa”.

La ira le obnubila el análisis: ciertamente los peronistas están haciendo lo que hacen siempre. “Saludo uno, saludo dos”, como dijo Miguel Pichetto, y a recostarse en las playas del nuevo líder. Obvio: lo de Mena terminó en completo fracaso porque nadie le abre una puerta. De ese modo fue que el gobierno nunca pudo anticipar lo que se le venía y ella se enteró por los diarios que los magistrados federales también avisaban su propio “vamos por todo”.

Si es cierto que nada es casual en política, vale rescatar este dato para entender esas ínfulas, teñidas de revanchismo, de los magistrados. Apenas el día después que se anunció que Juan Manuel Abal Medina asumirá como senador en reemplazo de Aníbal Fernández, la Cámara Federal revocó el sobreseimiento en una causa en la que se lo investiga por probable corrupción en el manejo de los fondos del Fútbol para Todos.

La llegada de Aníbal a la Casa Rosada aplica al ejemplo de Parrilli. Es lo que hay. Habrá que escarbar, en todo caso, en las razones que tuvo el quilmeño para cambiar tres años de mandato, y sobre todo fueros, por un año escaso en la Secretaría General.

Además de reafirmar su lealtad a todo tren, planearía trabajar desde allí su candidatura a gobernador bonaerense, convencido que los números no le dan para pelear por la candidatura presidencial.

Debería saber que se mete en problemas: la doctora al parecer ya bendijo a Diego Bossio, algo cansada de que Randazzo amenazara con irse a su casa si insistían con su postulación provincial.