Bahía Blanca | Miércoles, 17 de abril

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Falleció anoche la señora Diana Julio de Massot

Anoche murió en Buenos Aires Diana Julio de Massot, directora de "La Nueva Provincia", a causa de un cáncer que sobrellevó por más de un año. Quienes trabajábamos a su lado sabemos que, si a ella le hubiera tocado decidir sobre el contenido de esta nota, poco más habría agregado, fiel a esa regla editorial que hizo que, durante cincuenta y tres años, desde que tomó a su cargo la dirección de estas páginas hasta el día de su muerte, toda referencia en ellas a su persona se ajustara a lo indispensable desde el punto de vista informativo, casi limitado a lo estrictamente protocolar.
Falleció anoche la señora Diana Julio de Massot. El país. La Nueva. Bahía Blanca

 Anoche murió en Buenos Aires Diana Julio de Massot, directora de "La Nueva Provincia", a causa de un cáncer que sobrellevó por más de un año.


 Quienes trabajábamos a su lado sabemos que, si a ella le hubiera tocado decidir sobre el contenido de esta nota, poco más habría agregado, fiel a esa regla editorial que hizo que, durante cincuenta y tres años, desde que tomó a su cargo la dirección de estas páginas hasta el día de su muerte, toda referencia en ellas a su persona se ajustara a lo indispensable desde el punto de vista informativo, casi limitado a lo estrictamente protocolar.


 Pero si bien ese desinterés cristiano por la promoción propia es parte de su ejemplo y su legado, quienes la sucedemos en la decisión editorial creemos no agraviar a uno ni otro si hoy --que ya no está-- compartimos apenas una reseña con los lectores de este diario al que ella dedicó su vida.


 Porque, desde que en 1956 asumió la responsabilidad de dirigirlo, decidió que sus actos, su persona, su familia, su Patria y su Fe serían inescindibles de lo publicado en la edición de cada día de "La Nueva Provincia". En realidad, ese fue el compromiso que tomó un año antes, con apenas veintiséis años, cuando se puso al frente de las gestiones de recuperación del matutino fundado en 1898 por su abuelo, Don Enrique Julio, clausurado en 1950 y en vías de incautación por el gobierno de Juan Domingo Perón.


 Llegaba a esa batalla sin más armas que su carácter y el ejemplo de vida recibido de quienes la criaron tras quedar huérfana de madre a los tres años: su abuela Vicenta Calvento de Julio y su tía Raquel Calvento. No tenía otros estudios que los de bachiller, adquiridos durante su pupilaje en el colegio Santa Unión de Buenos Aires, donde abrazó una pasión por la lectura que la acompañaría hasta sus últimos días y le permitió completar su formación.


 A los diecinueve años se casó con Federico Ezequiel Massot, joven diplomático, a quien acompañó inmediatamente en su primer destino como secretario de la embajada argentina en Manila, Filipinas. Pocos años después, el mismo gobierno que había clausurado el diario familiar dejó cesante a Massot, declarado opositor. Así, devolvía a la familia, sin recursos y con dos hijos, a una habitación alquilada en el barrio de Almagro, en la Capital Federal.


 Esa precaria situación, lejos de minar su espíritu, hizo nacer en ella la determinación --hasta entonces desconocida-- de rescatar "La Nueva Provincia". En el cumplimiento de ese compromiso la encontró el estallido de la Revolución Libertadora, mientras junto con su marido --activo integrante de los comandos civiles revolucionarios-- sorteaban los puentes volados y los puestos militares de control en su ruta a Bahía Blanca, para que él pudiera asumir la intervención del diario familiar y revertir las secuelas del régimen recién depuesto.


 Cuando, un año después, su esposo fue reincorporado al Servicio Exterior de la Nación, y asignado a la embajada en Londres, la fuerza de ese mismo compromiso determinó que Diana Julio de Massot resolviera quedarse en Bahía Blanca al frente de su diario. Lo hizo acompañada por dos extraordinarios profesionales que, a lo largo de su vida y el trabajo común, se convertirían en entrañables amigos: Mario Marra y Jorge Bermúdez Emparanza. Para ellos, al igual que para Federico Massot y su cuñado, el capitán Alberto Antonini --artífices de la recuperación--, tuvo siempre un marcado reconocimiento, que se ocupó de resaltar en lo que sería su última aparición pública, durante los actos por el centenario del diario, en 1998.


 Con todo --según no se cansaba de repetir--, fue gracias al leal acompañamiento del público bahiense que consiguió poner en pie nuevamente a "La Nueva Provincia", en medio de un contexto fuertemente competitivo, pujando por el favor de los lectores con diarios como "El Atlántico", "Democracia" y "La Gaceta".


 Retomó los ideales de su abuelo convirtiendo al diario, y luego a los demás medios que incorporó a la empresa, en incondicionales propulsores del desarrollo cultural y económico de la ciudad. Sin dejar que las diferencias políticas o personales se interpusieran nunca al momento de ponderar los proyectos y realizaciones que fueran beneficiosos para Bahía Blanca y su zona, no cesó de promover --con mayor o menor éxito, según los casos-- los principales emprendimientos culturales, educativos, industriales y de infraestructura para nuestro medio.


 De inmediato comprendió cabalmente la idea de la empresa de comunicación moderna y, a partir de esa visión, enderezó sus esfuerzos para que "La Nueva Provincia" se convirtiera en el eje de uno de los primeros grupos multimedios de Latinoamérica y el primero de la Argentina.


 El 24 de abril de 1958 obtuvo la concesión de la onda de LU2 que, desde entonces, competiría con las otras dos radios comerciales existentes en la ciudad, LU3 y LU7, para convertirse rápidamente en líder del mercado.


 En 1959, consciente de la necesidad de defender la independencia de las entidades periodísticas, se inició en la actividad gremial empresaria, como fundadora y miembro del Consejo Directivo de la Asociación de Radiodifusoras Privadas Argentinas (ARPA). Al mismo tiempo, bregó por la formación de una entidad semejante para la prensa argentina hasta que, en 1962, formó parte de la Asamblea Fundacional de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA), integrando su Junta de Directores y su Consejo Ejecutivo por varios períodos.


 Apenas consolidadas las finanzas de los ya pujantes emprendimientos de comunicaciones, Diana Julio de Massot creyó necesario conocer algunos de los modelos periodísticos más avanzados en el resto de América. Quería mantener a "La Nueva Provincia" a tono con los últimos adelantos tecnológicos y los desafíos que se recortaban en el horizonte mediático. Para ello cursó estudios de perfeccionamiento en el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia, en Nueva York, e ingresó a la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), cuya Junta de Directores integró en 1965 y donde desarrolló una activa labor hasta 1980.


 Para Diana Julio de Massot el propósito específico de un medio de comunicación no se agotaba --por bien que lo hiciese-- en informar a sus lectores, oyentes o televidentes. En todo caso, ésta era la condición necesaria de una periodista de ley. La condición suficiente consistía en formar conciencia respecto de determinados valores e ideas.


 Fue en razón de esta creencia, firmemente arraigada en ella desde muy joven, que "La Nueva Provincia" pronto se destacó, no sólo en el ámbito bonaerense sino a nivel nacional, por su compromiso indeclinable con la defensa de las más profundas tradiciones nacionales y de los fundamentos de la cultura occidental: el principio de autoridad, la seguridad jurídica y la libertad responsable de las personas. Al mismo tiempo, y sin dejarse ganar por ninguna tentación clericalista, los medios bajo su dirección hicieron causa común con la doctrina pontificia referida a cuestiones de fe y costumbres.


 En el transcurso de los cuarenta años que estuvo, a sol y a sombra, al frente del diario recuperado en 1955, cosechó de parte de sus enemigos ideológicos todo tipo de ataques que no hicieron mella en su carácter, así como de amenazas que reforzaron su temple y, lejos de amedrentarla, acicatearon su ánimo de lucha.


 Convencida de sus razones, defendió la legitimidad de la revolución del 16 de septiembre de 1955 en contra del régimen instaurado por Juan Perón, al que "La Nueva Provincia" criticó siempre. Sin embargo, cuando la fórmula conformada por Framini-Anglada, gestada en Madrid, ganó ampliamente las elecciones para gobernador de la provincia de Buenos Aires, el editorial escrito por la directora de uno de los dos diarios más antiperonistas del país, fue consecuente con su aceptación previa del proceso electoral, exigiendo que dejasen asumir al binomio justicialista, legítimamente votado.


 Respaldó en buena medida la gestión económica del desarrollismo, llegando a integrar la delegación que acompañó al entonces presidente Arturo Frondizi a los Estados Unidos, en 1959, sin que ello le impidiera a la vez tomar distancia de sus manejos políticos.


 En ese mismo año, se abrieron los procesos de licitación para canales de televisión privados en el interior del país y, una vez más, Diana Julio de Massot apostó a la inserción de "La Nueva Provincia" en las nuevas tecnologías de comunicación. Ganó una de las dos frecuencias adjudicadas a Bahía Blanca, el Canal 9, que, bajo el nombre de Telenueva, inició sus transmisiones el 24 de septiembre de 1965.


 A partir de junio de 1966, "La Nueva Provincia" apoyó críticamente el derrotero de la así denominada Revolución Argentina, sobre todo durante la presidencia del general Juan Carlos Onganía. Fue entonces, comenzada la guerra revolucionaria de organizaciones armadas de izquierda contra las instituciones de la República, cuando Diana Julio de Massot reveló su mejor perfil combativo, que hizo extensivo al diario que dirigía.


 Aquellos años de plomo --luctuosos por donde se los mire--, que dieron lugar a una conflagración civil cuyas secuelas, todavía hoy, resultan lacerantes, no la tomaron por sorpresa. Conocidos los primeros episodios terroristas, comprendió con claridad la dimensión del ataque que enderezaban las facciones revolucionarias --dependientes de uno de los dos imperialismos vigentes en la época-- contra el país de los argentinos, y a partir de tal entendimiento tomó una decisión personal que guiaría la política editorial de "La Nueva Provincia" a lo largo de todo el conflicto: no había, con los enemigos de la Nación, negociación posible.


 La confusión reinante en los años de transición entre la Revolución Argentina y el regreso al poder del general Juan Domingo Perón encontraron siempre a "La Nueva Provincia" desenmascarando las falsas declamaciones democráticas con que los movimientos subversivos pretendían justificar la violencia por ellos desatada. Diana Julio de Massot no cedió a lo políticamente correcto y denunció, por igual, los desvíos del gobierno militar --entonces en manos del general Lanusse--, de ciertos sectores de la Iglesia identificados con el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y de los partidos políticos.


 En 1973, ante el triunfo de la fórmula Cámpora-Solano Lima, la directora del diario planteó en el editorial del domingo 18 de marzo todo su escepticismo respecto del futuro inmediato, no sin decir, en el párrafo final: "Quiera Dios darnos fortaleza para desechar con igual serenidad el anónimo cobarde y la amenaza encubierta y quiera también legarnos la misma entereza que hizo un día de este diario el vocero inclaudicable de las mejores tradiciones argentinas". Casi inmediatamente, su pesimismo resultaría justificado.


 Entre 1973 y 1976, "La Nueva Provincia" sería víctima de un hostigamiento permanente de parte del gobierno y de los grupos de la izquierda y la derecha peronistas que alternaron vigencia y poder durante ese período. Las amenazas personales a los directivos, al personal, a sus familias, unidas a los atentados, el boicot sindical y la utilización de los recursos del Estado para ahogar a la empresa fueron para Diana Julio de Massot el pan de cada día. Y lo recibió sin claudicaciones, sin negociar ni su indemnidad física ni la venta de las páginas de su diario al poder de turno.


 Fueron años en que, como nunca, debió plantearse los riesgos de vivir de acuerdo con los principios que sostenía en sus editoriales. Entre muchas otras, algunas anécdotas de la época la describen por sí solas.


 En una oportunidad, mientras cumplían con sus funciones en el Concejo Deliberante local, los periodistas de su empresa fueron hostigados y expulsados por patotas vinculadas al peronismo. Su actitud frente a la agresión fue siempre la misma: enfrentarla y, consecuente con ella, no dudó en presentarse sola a la siguiente sesión del Concejo para hacer en persona la cobertura de la misma.


 Pasado el tiempo, y con la empresa familiar al borde de la quiebra debido al hostigamiento del gobierno, recibió una oferta de compra por el canal de televisión que, de concretarse, podía paliar la desesperada situación del diario. Con enorme pena, pero dispuesta a sacrificar una parte de lo que había construido para salvar su "buque insignia", pensó aceptarla. Sin embargo, puso como condición conocer el destinatario último de la operación. Al enterarse de que los compradores eran personeros de David Graiver y José Gelbard, a quienes ella consideraba cómplices del proceso de subversión por el que atravesaba la Argentina, prefirió exponerse a perderlo todo antes que entregarles uno de sus medios.


 Cada vez que las autoridades le informaron de la inclusión de su nombre en los listados de objetivos de la subversión o se reforzó tal amenaza con la aparición de su fotografía en una de las publicaciones que preanunciaban los crímenes terroristas, Diana Julio de Massot les reiteró a sus familiares directos la instrucción de no negociar por su vida en ningún caso. Y al fundamentar su decisión en la línea editorial que ella misma había mantenido desde el secuestro en Buenos Aires de un cónsul paraguayo, en época de Onganía, remataba siempre con aquello de "no borrar con el codo lo escrito con la mano".


 En esos años, frente a las agresiones, las pérdidas materiales y hasta el peligro de muerte, Diana Julio de Massot optó, en cada caso, por los principios. Al extremo de que, entre fines de 1975 y principios de 1976, el diario --cuando sus enemigos lo creyeron quebrado-- pudo continuar su prédica de siempre con una edición de apenas ocho páginas, gracias a la lealtad inolvidable de una treintena de empleados y a los miembros de la familia propietaria que --todos juntos-- no dudaron en responder a la convocatoria de su directora. El diario "La Nueva Provincia" siguió, así, informando a los hogares bahienses que, sin importar lo precario de las ediciones, nunca lo abandonaron. También aquellos fueron años en los cuales el reconocimiento nacional a la independencia y el valor del diario dirigido por Diana Julio de Massot le otorgaron a "La Nueva Provincia" una vigencia a lo largo y ancho del país nunca alcanzada por un diario del interior.


 En medio de aquel proceso disolvente que afectaba a la República y con la amenaza creciente del terrorismo marxista, el 24 de marzo de 1976 Diana Julio de Massot consideró que era un deber ineludible respaldar la acción militar de las Fuerzas Armadas. Hasta el final de sus días reivindicó aquella acción, a pesar de las profundas críticas que dirigiera a la administración de las políticas públicas encaradas por el gobierno de facto.


 La última etapa de su gestión ejecutiva al frente de "La Nueva Provincia" fue crítica de la gestión del doctor Raúl Alfonsín, a quien había apoyado frente a la fórmula Luder-Bittel. Sin embargo, pese al grave deterioro económico que caracterizó al período alfonsinista y al enfrentamiento creciente con el gobierno nacional, perseveró en su idea de la empresa de comunicación multimedios y, en 1986, solicitó una licencia para la explotación de un sistema de televisión por cable que se lanzó al mercado bajo el nombre de Cable Total.


 En 1987, abandonó sus funciones ejecutivas y asumió la recién constituida Dirección General del grupo Multimedios, desde donde coordinó su desarrollo fuera de Bahía Blanca y la región, asociando a otros medios del interior. Bajo la dirección del grupo se iniciaron operaciones de televisión por cable en varias ciudades del interior y del Gran Buenos Aires; de Chile y de Brasil. En televisión abierta, los canales en que el grupo tenía participación lideraron la conformación de un consorcio de producción de contenidos que, a su turno, fue el eje de Televisión Federal S.A., empresa adjudicataria del Canal 11 de Buenos Aires (TELEFE) al momento de su privatización. En gráfica, en conjunto con otros cinco diarios del interior, se encaró el montaje de una planta impresora en el Gran Buenos Aires para lanzar la revista "Nueva", que se convirtió en la segunda revista de mayor circulación nacional, entregada con las ediciones dominicales de cada uno de los diarios participantes.


 En 1995, a raíz de un grave accidente automovilístico, se vio forzada a retirarse de la actividad, para encarar un largo proceso de rehabilitación, reintegrándose en 1999 como Directora Honoraria del diario.


 Durante su gestión, tanto ella como las empresas bajo su dirección recibieron numerosos premios y distinciones, entre los que se destacan el otorgado por la Asociación Mundial de Periódicos (WAN), en 1998, y varios de la Sociedad Interamericana de Prensa, como el SIP Mergenthaler, en 1964; la Cruz de Plata Esquiú en 9 oportunidades; el Santa Clara de Asís en 10 oportunidades y el premio San Gabriel, en 1970. A nivel personal, entre muchos otros, contó con el Freedom of the Press Citation de la Universidad de Florida, en 1959; la Orden al Mérito de la República Italiana en el grado de Commendatore, en 1972; el premio de la revista "Gente", en 1973; el María Moors Cabot Award, otorgado por la Universidad de Columbia, también en 1973 y el premio Konex - Diploma al mérito, en 1987.


 Diana Julio de Massot fue, más allá de la periodista y la empresaria, fundamentalmente una mujer de familia y, como tal, básicamente una madre y una abuela en extremo dedicada. Tuvo la capacidad de mantener y desarrollar la empresa a la que consagró su vida en el seno de su familia y, a partir de allí, pudo repartir su guía, su consejo, su apoyo y su combate con la misma determinación a una y a otra.


 El mismo amor que desplegó en su familia lo dio solidariamente a cuantos la rodeaban y muy especialmente a quienes trabajaban con ella. Así no dudó en atender a cuanta persona o institución se acercara en busca de ayuda, ya fuera una contribución, un tratamiento médico en el exterior, un barrio, un dispensario, una capilla, una escuela, una vivienda, la posibilidad de estudiar o una mensualidad para aplacar alguna situación de desempleo. Todo, siempre, en el marco de una cristiana discreción que hacía del anonimato su regla.


 El amor inclaudicable a su Bahía Blanca natal, y el reconocimiento a cuanto la ciudad y su gente les dieron a ella y a sus ancestros, resultaron una constante en su vida y la llevaron, después de su retiro y hasta que su enfermedad la dejó postrada en Buenos Aires, a radicarse nuevamente en nuestra ciudad. En su discurso del centenario, dijo emocionada: "En cada uno de estos cien años fuimos contrayendo una deuda de gratitud con quienes, más allá de posibles disidencias respecto a nuestra línea editorial, siempre nos brindaron su respeto y confianza, traducidos en preferencia diaria: me refiero a las cinco generaciones de bahienses que, desde 1898, nos han permitido llegar hasta este día y, en fin, a esta Bahía, ciudad a la que queremos entrañablemente y a la cual nunca podremos terminar de agradecerle cuanto nos ha dado".


 Diana Julio de Massot fue una personalidad incapaz de dejar indiferente a todo aquel que la tratara. De carácter fuerte, por momentos intimidatorio, era de una franqueza que rayaba en la candidez y de un valor que le permitió sobreponerse en cada ocasión a las difíciles vicisitudes que le planteó la vida. De humor franco y risa contagiosa, su conversación fue informada y cautivante. Generosa sin límites, con profundas y terminantes convicciones, tuvo, además, una marcada capacidad para escuchar y rectificar sus errores.


 Tras una misa de cuerpo presente rezada por el R.P. Víctor Pinto, en el Cementerio Jardín de Paz, de Pilar, sus restos serán despedidos por el doctor José Claudio Escribano, subdirector del Diario "La Nación", en representación de ADEPA; el coronel (RE) Luis Máximo Premoli; y el señor Norman Fernández, Asistente de la Dirección de "La Nueva Provincia", en representación del personal de la empresa.


 Sus restos, siguiendo su voluntad, serán cremados y trasladados a la ciudad de Bahía Blanca para ser inhumados, en la bóveda familiar del cementerio local, en los próximos días, tras lo cual se rezará una misa en la Iglesia Catedral por el eterno descanso de su alma.