Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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Una decisión que salva vidas

La muerte de Yésica Zambón, de 12 de años de edad, volvió a sacudir la conciencia de muchos en materia de donación de órganos. La niña, radicada en nuestra ciudad, esperó en vano el donante de un corazón que le permitiera tener una oportunidad para seguir viviendo.

En la provincia de Buenos Aires hay, según datos que aporta el INCUCAI (Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante) cerca de 5 mil personas cuya vida depende de este tipo de acciones, la mitad de ellos por enfermedades renales y hepáticas. Algunos de estos casos trascienden y conmueven; la mayoría corresponde a anónimos que aguardan el milagro.

La misma organización da cuenta de que en nuestra provincia hay apenas cinco donantes por cada millón de habitantes. Cinco por cada millón: el 0,0005% de la población ha tomado esa decisión en vida. Ha decidido que, en caso de morir, sus órganos sean utilizados o destinados a personas que los necesitan para vivir.

Se sabe, las estadísticas lo demuestran, que no resulta una decisión fácil la de ser donante. Por varias razones, algunas con más sustento que otras, muchas producto del miedo, la impresión, la superstición, la dejadez, la falta de conciencia. Muy pocos toman esa postura para que, fallecidos, se les quite de su cuerpo órganos condenados a la degradación total.

Lo ocurrido con Yésica generó en la ciudad algunas discusiones entre distintas entidades que se ocupan de alentar la donación de órganos. Al punto que los familiares de la niña están entusiasmados por crear una sede de la fundación Continuar Vida, la cual con el lema “elijo prolongar mi vida en alguien más”, lleva adelante un valioso trabajo a favor de las donaciones, con un acompañamiento integral a los familiares del enfermo y del donante, asumiendo que ambos necesitan una contención especial.

Más allá de cualquier diferencia de pareceres, sea concentrando todos los esfuerzos en un único espacio o abriendo más sitios, lo importante y trascendente es seguir trabajando en algo tan sensible como alentar a los vivos a ser donantes.

De acuerdo con los (dudosos) datos del censo 2010 del INDEC, muere en el país una persona cada dos minutos.

La decisión de unos pocos puede establecer que parte de su cuerpo sigan sirviendo en personas que, de otra manera, serían parte de esa misma estadística.