Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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El Paso de las Vacas y su marca

Bahía Blanca no es una ciudad más en la provincia de Buenos Aires. Su fundación es parte del intento del gobierno nacional por ocupar territorios por entonces abandonados a su suerte, ignorados por décadas sus primeros esforzados y sufridos habitantes, agrupados en un conjunto de ranchos sobre los cuales Charles Darwin comentó, en su paso de 1832, que “ni siquiera merecen el nombre de aldea”.

Tan particular era el territorio bonaerense al momento de la erección del fuerte, en 1828 --por decisión del gobernador Manuel Dorrego, con la organización a cargo de Juan Manuel de Rosas y la conducción del coronel Ramón Estomba-- que sus tierras no eran referidas como llanuras sino como “el desierto”.

Aquel fuerte elemental, rodeado de unos muros de adobe y piedra, poblado de soldados, indios amigos, prisioneros de guerra y algunas familias, se plantó como un hito de avanzada.

Era un perdido punto en el lejano sur, carente de toda comunicación, tomando agua del Napostá, enfrentando el invierno con leña y con la amenaza constante del indio que buscaba hacerse de mercadería, ganado y mujeres.

Semejante historia, que sirvió para forjar el perfil de los primeros bahienses, marcó a fuego --aún sin saberlo-- la identidad de las generaciones posteriores.

Esto fue haciendo de Bahía Blanca un punto singular en la geografía bonaerense que merece que tenga sus mojones, marcas y signos que den cuenta de aquellos primeros hechos.

Por eso, resulta muy gratificante la reciente reposición de la referencia histórica en el denominado Paso de las Vacas, en el cruce entre la calle Don Bosco y el canal Maldonado, donde, en agosto de 1828, a cuatro meses de establecido el fuerte, el coronel Estomba y sus soldados tuvieron un duro enfrentamiento con las fuerzas del cacique Pincheira.

Aquel día, el cementerio del fuerte tuvo diez tumbas nuevas: las del Sargento Antonio Gómez, el Cabo Lorenzo Lazcano y los soldados Juan Anselmo Campos, Bernarbé Silva, José Antonio Muñoz, Gregorio Zárate, Agustín Ortiz, Manuel González, Juan Tomás Ruiz Díaz y Pedro Antonio Leiva.

Un reconocimiento a esa epopeya, a quienes merecen sobradamente ser reconocidos y valorados, una muestra de respeto a quienes cimentaron este presente pleno de buenas expectativas.