Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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El superclásico que fue distinto

El sábado pasado, el fútbol argentino tuvo la particular posibilidad de que el denominado “clásico de los clásicos”, el promocionado Boca-River de todos los tiempos, se jugara con la presencia de ambas hinchadas, en un marco que hace tiempo dejó de ser habitual por estas tierras.

Como el hombre es un animal de costumbre, ya pocos se sorprenden de ver partidos de fútbol, de todas las divisiones, en los cuales el ingreso de la hinchada visitante está vedado, prohibido, impedido. No solo eso: existen encuentros, a veces relevantes, que se disputan en estadios vacíos, en un escenario donde pueden escucharse las indicaciones y gritos de todos, donde los jugadores saludan a un público imaginario.

Las hinchadas han perdido su derecho a estar en la cancha a partir de terribles episodios de violencia, los cuales se miden en muertos y heridos, en corridas y enfrentamientos, en riesgos y amenazas. Las canchas se convirtieron poco a poco en focos de riesgo incontrolables, imposibles de anticipar, de violencia impredecible.

Porque no se trata ya de una lucha entre hinchadas rivales, enfrentamientos históricos con heridas sin curar. La situación se volvió tan particular que los peores enfrentamientos ocurren dentro de las mismas hinchadas, a partir de liderazgos en crisis, barras divididas e intereses encontrados. Fue ese nuevo escenario el que terminó por dejar desocupadas las tribunas.

No existe otro sitio en el mundo con ese paisaje. Un partido del juego más popular, el que incluye toques, paredes, caños, desbordes, sombreritos y rabonas, prohibido al ingreso de cualquier persona.

Pero además, como parte de una historia de ficción, cada juego demanda un dispositivo policial de escala mayor, más propio de un presidente que de dos equipos de fútbol.

El encuentro entre Boca y River del verano marplatense, con ambas parcialidades, requirió 1.500 policías. Para los gobernante fue una jugada de riesgo, porque cualquier hecho violento tiene un costo político. Sin embargo, se pasó la prueba: se cantó, se alentó, las banderas flamearon y el entrañable folclore volvió a tener su oportunidad.

A contrapelo de aquel dicho de que para muestra basta un botón, lo ocurrido no sirve demasiado y será largo el proceso para retomar esa sana costumbre.

Cuando ocurra, será también el reflejo de una sociedad que mejoró, en la cual los violentos estén donde deban estar, y quienes griten un gol no necesitarán disparar.