Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Sebastián, Santiago y las vidas revividas

Pudieron liberarse de la droga y dan la cara para contar sus dramas. Creen que lo que ellos dicen les puede servir a los que están esclavizados por las adicciones. La fuerza de la fe y el poder de un hijo.

Foto: Emmanuel Briane-La Nueva.

Por Ricardo Aure / haure@lanueva.com

Santiago, fana de River, soñaba con ser como el Enzo Francescoli. La banda roja cruzándole el pecho, el Monumental repleto...Y por aquí seguía a Villa Mitre a todas partes. No importaba adónde.

Sebastián es de Boca, pero no tuvo ídolos.

El fútbol unió esas infancias vividas en el barrio Anchorena y en el asentamiento de Spurr.

Todavía pibes, y muy lejos de conocerse, las drogas, el alcohol y el delito los encontraron en el mismo camino. Y anduvieron perdidos en la más profunda oscuridad. Esclavos, devastados. Pero volvieron.

El amor es más fuerte.

* * *

De chico, Santiago supo de los valores cristianos. Hijo de un empleado, en su casa pudieron faltarle algunas “cosas” porque hubo épocas en que la plata no alcanzaba, pero nunca los consejos.

Su pasión por el fútbol se llevaba las tardes enteras en su barrio Anchorena o en la cancha de Las 3 Villas. De a poco se metió en la hinchada de Villa Mitre: tocaba el bombo, participaba del armado de los viajes y al mismo tiempo, mientras terminaba la escuela fue conociendo otros chicos, otros lugares y se encontró con los vacíos que se parecían a los suyos.

En sexto o séptimo empezó con el cigarrillo. Enseguida aparecieron el alcohol, la marihuana, la cocaína, el alcohol, las pastillas, los pegamentos. Llegó a comprar 50 centavos de nafta para “pasarla bien”.

--¿Y paco?

--Una sola vez. Me pegó muy mal. Mucho más cuando se pasó el efecto.

--¿Dónde estaban tus valores cristianos?

--Quedaron desbordados. En casa, solamente se dieron cuenta del cigarrillo y del alcohol por los olores, pero no de lo demás porque volvía cuando estaba fresco. Papá trabajaba muy duro y no teníamos mucho contacto, salvo en la cena o cuando nos llevaba a la iglesia. Mis 4 hermanos varones también siguieron mi camino, aunque no en los mismos niveles de gravedad. Cuando mis padres entendieron todo yo estaba descontrolado. No trabajaba y conseguía plata de cualquiera manera, incluso sacándosela a mi viejo. Me apropiaba de lo que podía para conseguir droga.

Ese “de lo que podía” también incluyó caminar por horas hasta Aldea Romana o Grünbein, tomarse un colectivo a Cerri o Punta Alta. Pasarse todo un día buscando. Al final, bastaba medio porro para justificar tanto esfuerzo. Y en ese rumbo fue perdiendo la salud. El pegamento le afectó sus huesos y otras secuelas físicas se le evidenciaron en el hígado y la dentadura.

También fue perdiendo amigos. Y para siempre.

--¿Cuántos?

--Cinco por lo menos. A un chico, el corazón le explotó por la cocaína. Otros se suicidaron. Todos por culpa de la droga y el alcohol. Una amiga murió en un accidente. Habíamos ido a bailar y a la salida ella y su novio fueron a comprarlas. Chocaron y ella murió.

--Tanto drama, ¿no te ayudó a darte cuenta?

--Estaba atado. No podía salir por más que viera todo ese desastre.

En otro camino se le cruzó María. Se pusieron de novios. Ella no sabía de sus adicciones y el siempre encontraba excusas para poner distancia, sobre todo en los fines de semana de amigos e hinchada.

Tras las sospechas, María, casi un año después, le encontró un porro y pastillas. Estalló y fijó límites.

--¿Qué hecho te sacudió tanto hasta hacerte cambiar?

--El embarazo de María. Me sacudió mucho más que la firmeza y el control que ella, que tiene un carácter muy fuerte, me impuso. Lo supe un día de semana. Yo trabajaba en Harding Green, en un plan, y María me avisó que esperaba un hijo. Sentí que yo no tendría la misma fuerza que mi papá para ayudar al mío si él llegara a caer en la droga. También apareció Vanesa Troncozo, del Centro Preventivo La Misión. Empecé a venir a la iglesia y tuve mucha contención. El pasado es pasado. Dios, mi familia y algunos amigos me ayudaron a ver la luz. Y pude renacer.

Hace tres años que Santiago no consume. Ni siquiera fuma. El asma tampoco no se lo permite.

Ahora, que puede volver a soñar, Santiago quiere que Lautaro sea como el Enzo.

* * *

Fernando Sebastián Rosales tiene mucho más que 33 años. Tiene mujer e hija. Tiene un trabajo estable de albañil. Tiene fe y tiene el valor de contar lo que pasó.

--¿Por qué?

--Para que los chicos que están sufriendo por las adiciones sepan que se puede salir. Necesito dar testimonio de eso.

--¿Sin miedos?

--Nada podrá ser más intenso que el mensaje de Jesús. Comprendo a los que intentan salir internándose o buscando la ayuda de psicólogos o psiquiatras. Mi verdadera transformación se produjo cuando conocí las verdades más profundas que expresa Jesús. Sigo en contacto con adictos y delincuentes. Unos han aceptado su palabra y muchos no.

Hijo de un alcohólico, Sebastián creció entre el barrio Gris y un asentamiento de Spurr con 4 hermanos y carencias afectivas y económicas. En un entorno donde la delincuencia, la violencia y la prostitución eran moneda corriente, él rescata las tardes jugando a la pelota en la calle, en aquellos días que iba a la escuela Nº 30 del barrio Rucci.

A los 12 años el alcohol pasó a ser parte de su vida cotidiana y desde los 15, la marihuana. Cuando murió su papá Sebastián dejó de estudiar. Su mamá no le puso mucha resistencia. Después la calle, las juntas... todo el tiempo para nada.

--¿Tanto tuvieron que ver las circunstancias personales?

--Nunca les eché la culpa de mi adicción. Todo lo que me hizo perder mi sobriedad fue por el “placer” que me generó. La realidad de muchos pibes de hoy fue la mía. A las sensaciones nuevas que buscan las encuentran en los vicios que nos destruyen. No me di cuenta. Ni siquiera reparé en que mi viejo había muerto a los 49 años por la bebida. El mambo me hacía sentir bien. Mamá, llorando, me pedía que dejara. La policía me encerraba. Nada me frenaba. Estaba convencido de que todo el mundo necesitaba fumarse un porro para olvidarse de todo. Y esa mentalidad sigue entre los que consumen marihuana y reclaman su legalización. El humano aprende a amar lo malo creyendo que es lo bueno. Yo iba detrás de la droga y quería más y más.

--¿Pero había que pagarla?

--Por supuesto y en el barrio había varios transas. Hacía changas de albañil, a veces. Le robé a mi mamá y me quedé con cosas ajenas que vendí. En ese ámbito de ignorancia es “normal” nacer, criarse y morir así. He visto, por robo o ajustes de cuentas, la muerte de muy cerca.

--¿Y cuál fue el límite?

--Pudo ser una sobredosis de cocaína. Estuve desmayado, defecado y vomitado en la calle Falcón. Unos compañeros, me tiraron en una casa que se estaba construyendo. Al otro día, cuando me desperté, me fui a mi casa. Mamá lloraba. Me metí en la cama como estaba. Tendría 20 años. La droga estaba por encima de mi familia y de mis afectos.

“Bombachita” le decían en el barrio porque como no tenía calzoncillos, le habían puesto una bombachita. En la plaza del barrio los grandes le hacían lugar en las rondas de porros. Todos se reían a carcajadas del efecto que le producía la marihuana. “Bombachita” tenía 9 años y Sebastián no sabe que habrá sido de él.

Con un deterioro cada vez más pronunciado, una tarde de 2003 Sebastián volvió al almacén de Jaime Guiñez, en el barrio Moresino. El le habló de Dios por primera vez. Jamás había pisado una iglesia. De repente algo lo conmovió. Y sintió mucho miedo.

--¿Por la religión?

--No se trata de una religión, fue Jesús en persona, con sus verdades fundamentales como el cielo,la vida eterna, el día de juicio, el infierno y el asumir que de seguir el camino de la droga me esperaba el tormento eterno. De repente, el tipo que no le temía a su madre, a la policía, a violadores, asesinos o chorros le tuvo miedo a esas verdades. Gracias a La Misión llegué a Soler 444, donde se transformó mi vida.

--¿Bastó con eso?

--Medió el duro proceso de un año. Tuve crisis porque una parte de mi quería seguir con la droga y otra, salir. Llegaba la noche, apoyaba mi cabeza en la almohada y llorando le pedía a Jesús que pusiera a alguien que me sacara de la esquina, de la plaza, del barrio. Y aparecieron los puntales que me iban a buscar, que me acompañaban. Hasta que volví a perder otra novia. Llegué drogado a su casa y fue muy violento. La chica me dijo que yo nunca sería libre del vicio. Al volver sentí que Jesús me preguntaba cuánto más quería perde. Tenía una bolsa con 25 gramos de marihuana y la tiré por el inodoro. Jesús me ayudaba a resucitar.

Desde aquella noche pasaron 12 años.

Desde entonces empezaron a pasarle cosas en las que jamás había pensado, como ser sano y feliz.

Fragilidad y vacío
“La causa de la droga es netamente espiritual”

Fernando Sebastián Rosales nació el 2 de febrero de 1982. Hace 7 años que está casado con Julieta. Tienen un hijo de 4, Valentín. Se levanta a las 6, trabaja 9 horas en la construcción y después trata de ayudar a los que han perdido el rumbo o sufren necesidades básicas. Vive en Moresino y está convencido de que para cambiar primero hay que transformar lo que se piensa y lo que se siente.

“A los transas se los conoce. No se los denuncia por temor a represalias. En ocasiones es el mismo vecino que atiende un almacén o un quiosquito. Es gente común y corriente que de pronto empieza a escalar económicamente.

“El origen de la droga es netamente espiritual. Las adicciones avanzan por todos los sectores sociales y a pasos agigantados. Los gobiernos, la policía o la Justicia no pueden evitarlo. Esa red fatal tiene muchos responsables: el que trae la droga, el que la vende, el que la compra, el cómplice...”.

”El narcotrafico, que mueve miles de millones de dólares, se aprovecha de la fragilidad espiritual, del vacío que se llena con lo destructivo. Pero sin adictos no podría existir”.

”El único que puede con todo esto es Jesús. Hay muchísimas religiones y dentro de ellas, en la evangélica también, están los que hacen el mal. El verdadero camino no se limita a un cura o a un pastor sino a la experiencia directa con Jesús y a contar con el apoyo de quienes lo tienen en sus corazones”.Santiago Garrido nació el 6 de octubre de 1985, en el seno de un hogar evangélico. Tiene 6 hermanos. Creció en el barrio Anchorena. Completó la educación primaria en la Escuela Nº 57. Varias veces comenzó el secundario pero lo dejó. Hace 5 años que comparte su vida con María. Tienen un hijo, Lautaro, de 4. Viven en Villa Cerrito, está empleado en una panadería y trata de compañar a quienes buscan liberarse de las adicciones.

“No quiero ser un cargoso, porque eso aleja. Hay momentos para hablar de Dios y estar atentos a cuando se te da el lugar. Entonces allí una sola palabra puede llegar al corazón”.

“Perdi muchos dientes y tengo problemas de hígado y huesos. Asumo que cada mal que hacemos lo pagamos de una u otra manera”.

“Ya no voy a la cancha por la violencia y porque también hay falopa”.

“Mis hermanos se liberaron antes que yo, pero con uno de ellos lo pasamos muy mal. Hoy todos están casados y con hijos”.

“El que quiere drogarse tiene todo facilitado. Y hasta lo hace en la calle o en la plaza. Hay un gran descontrol”.

“No apruebo la legalización de la marihuana. Es una puerta de entrada, como el cigarrilo o el alcohol”.

“La problemática está cada vez peor. Todavía hoy hay gente que me invita a consumir, que insiste por Facebook o por mensajes de textos. Ya puedo decirles que no”.