Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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El título que pudo marcar un destino

A los golpes. Fue un chico de la calle que a las piñas se abrió paso por la vida. El pibe pobre de ayer y el señor canoso de hoy se reencuentran para evocar la historia del primer bahiense en ganar una corona argentina de boxeo.
Foto: Emmanuel Briane-La Nueva.

Por Ricardo Aure.

Faallooo de la peleeeaaaaa...

No es un sábado más en el Luna Park. Es el de la noche del 20 de mayo de 1972 y es el final. El anunciador, Norberto Fiorentino, tiene toda la palabra y entre el silencio de la gente, el corazón de Carlitos también se ha quedado callado.

--Ganaaador por puntos, en fallo dividido, Caaaarlos Maaaaría Giméeeeenez.

¡Carlitos campeón!

Carlitos, el pibe que dormía en la calle, que juntaba monedas para comer vendiendo diarios en cada madrugada, que menos robar hizo de todo, y que no perdió la única oportunidad que le dio la vida, es el primer bahiense en ganar un título argentino de boxeo.

¡Carlitos, campeón!

* * *

Impecable saco negro, jeans, camisa blanca y corbata celeste, Carlitos, como cada día de lunes a viernes, camina erguido y a paso firme por Estomba hacia el Hospital Español.

Camina y recuerda.

Ya son pocos los que conocen su historia, la del único bahiense que en los tiempos de plena vigencia del boxeo profesional también fue campeón sudamericano, llegó a pelear dos veces por el título mundial y estuvo en la tapa de “El Gráfico”, “Siete Días” y “Gente”, las revistas de mayor tirada en los años '70.

--Juan Alberto Aranda era una bestia pegando. Ya habíamos peleado y dieron empate, aunque debo admitir que perdí. Él se fue del país y cuando volvió nos enfrentamos por el título. Ese sábado en el Luna Park empecé a darme cuenta de que podía entrar en la historia de Bahía Blanca. Y mi ciudad es mi casa. Aquí nací. Aquí nacieron mis hermanos, mi mujer y mis dos hijos. Y aquí estoy... y estaré. Por eso cuando me pusieron el cinturón de campeón fui inmensamente feliz por mí y por todos los bahienses.

* * *

El 10 de diciembre de 1948, Argelia Correa tuvo al cuarto de sus cinco hijos en el entonces Policlínico Doctor José Penna. Carlitos creció en una casa humilde de Blandengues y Catamarca. Desde ese rincón del barrio Noroeste lo único que emergía en el horizonte era la torre de la iglesia de La Piedad.

--Francisco, mi viejo, era albañil. Siempre fuimos pobres. Después nos mudamos a Caronti 357 y fui a la Escuela Nº 6 Julio Argentino Roca. Como a veces no había para pagar el alquiler o para comer, todos los hermanos ayudábamos como podíamos. Un día mamá no pudo más con el alcoholismo de papá, que no tenía trabajo, y se fue. Yo tendría unos 7 años y me criaron Ana y Elsa Lidia, mis hermanas. Muchas veces dormí en Alsina y Chiclana, abajo de un cartel, y pasé otras noches acurrucado en los escalones de la Catedral, esperando la salida del diario que vendía para comprarme comida. Además, barría los pisos del Bostón, un bar que me fascinaba con sus 16 mesas de billar. Su dueño, Roberto García, me regalaba algunas ropas y me pedía que fuera limpito. También estuve internado en un hogar de menores de Tornquist y en el Instituto Valentín Vergara, de Bahía. A pesar de la miseria nunca se me cruzó por la cabeza salir a robar.

¿Cómo iba a imaginarse Carlitos en aquellas madrugadas de frío y hambre que el destino lo llevaría a Buenos Aires, Nueva York, Los Angeles, Sidney o Johanesburgo? Y el destino lo cruzó con Héctor Manuel Piñeiro, un exboxeador que dedicaba su vida a entrenar y que había llegado a combatir con Pascual Pérez, el único argentino que fue campeón olímpico (Londres, 1948) y del Mundo(Japón, 1954).

--Piñeiro, espero que el Señor lo tenga en la gloria, me llevó con mi hermano Pepe, que desde hace años está en Italia, al Salón de los Deportes, en Soler 444. Tenía 12/13 años y lo que Héctor, todo un padre espiritual para mí, nos enseñó, nos salvó. Sin él es posible que hubiera tenido que ganarme la vida lustrando zapatos. Me aconsejó, en especial sobre las compañías, y me protegió. Debuté en 1960, en una exhibición en Cabildo, y profesionalmente en 1966. Nunca fumé o tomé alcohol. Siempre traté de salir de la pobreza y de superarme.

Con los primeros pesos que le dejó el boxeo, Carlitos se fue a la pensión de O'Higgins 42, donde funcionaba la Galería Peuser. En septiembre de 1966 conoció a su primera novia, María del Carmen Retamales, hija de un exboxeador. Pronto se fue a Buenos Aires, compartió el hospedaje con legendarias figuras del boxeo, como Carlos Monzón (campeón mundial de 1970 a 1977) y Víctor Galíndez (campeón en 1974 y 1979). Así fue recorriendo el camino hacia el título argentino, por el cual cobró 14.000 pesos y la posibilidad de avanzar hacia rings de otros países.

--Yo, que de pibe ni conocía White, de repente pude viajar a Uruguay, Brasil Venezuela, Chile, Estados Unidos, Sudáfrica... El 25 de septiembre de 1973, en Bogotá, fui por la corona mundial ante el colombiano Antonio Cervantes, más conocido como Kid Pambelé. Se creó una enorme expectativa que me desbordó y hasta hubo gente de Bahía que en una camioneta fue a alentarme. Ni bien empezó la pelea, Pambelé me calzó en el tímpano y no pude recuperarme. Fue terrible. “Cobarde y cagón” me puso el periodista Ernesto Cherquis Bialo en “El Gráfico”. Me sentí destrozado.

Pero Carlitos no tiró la toalla. Sostenido por el amor de su mujer y de sus amigos, y por la confianza del promotor del Luna Park, Juan Carlos Lectoure, se aferró a su voluntad y buscó reponerse lejos de su tierra, por ejemplo en Australia, hasta que el 25 de julio de 1977, en Maracaibo (Venezuela), se ganó la revancha con Pambelé.

--Dominé claramente la pelea, que era a 15 vueltas. Pambelé estaba agotado y apenas podía sostenerse cuando el árbitro, Marty Dewkins, por un corte que yo tenía en el arco superciliar derecho, y sin consultar al médico sobre la gravedad, paró el combate y se lo dio por ganado al colombiano. Me robaron. Creo que la mafia estaba de por medio, pero sentí mucha paz porque había demostrado que no era un cobarde y me reconcilié con los argentinos. En Buenos Aires y en Bahía me recibieron con mucho afecto.

El 25 de junio de 1979, tras perder con Tito Yáñez, Carlitos colgó los guantes. Habían pasado 136 peleas y 118 victorias.

El tiempo podrá ponerlo contra las cuerdas del olvido, pero él no baja la guardia. Sabe que los campeones tienen ganado un rincón en la historia.