Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Estuvo con el Papa y le dijo: “Queremos verte fuerte y feliz”

Soñó con caminar. Y pudo. Soñó con vencer sus miedos, con estudiar, nadar y viajar. Y pudo. Soñó con escribir un libro. Y lo escribió. Soñó con dárselo al Papa...
Estuvo con el Papa y le dijo: “Queremos verte fuerte y feliz”. Domingo. La Nueva. Bahía Blanca

Por Ricardo Aure.

"Querido Papa Francisco".

"Escribí un libro y quiero regalártelo. Me llamo Karina Fassi, vivo en Bahía Blanca y me crié en Cabildo, pueblo de donde es un olivo que hace poquito tiempo te vi plantar en el Huerto de Getsemaní".

La carta, una de las más de 6.000 que cada día recibe el Papa argentino, fue otra muestra de la fe que mueve a Karina, quien hace 40 años nació con espina bífida, una lesión en la médula ósea que le dejó secuelas para caminar, pero que con el poder de querer, tal el título de su libro autobiográfico, superó malas praxis y los más diversos obstáculos, se recibió de contadora en la UNS, evolucionó gracias a un tratamiento en el Fleni, de Buenos Aires, y se transformó en una nadadora de constante competencia, tanto en aguas abiertas como cubiertas.

Jamás se sintió una discapacitada. Karina asume sus dificultades físicas como una manera de superarlas.

Utopías

En febrero de este año, Karina le entregó una copia de su libro, el que trata de publicar, a los médicos de la Fundación para la Lucha contra las Enfermedades Neurológicas de la Infancia (Fleni), de Buenos Aires. Cuando el jefe del equipo que la asiste desde hace seis años, Juan Carlos Couto, le dijo que era una caricia para su alma, sintió que podía hacérselo llegar al Papa, para ella el hombre más importante del mundo.

“¿Por qué? Porque en el libro trato de resaltar el valor del esfuerzo y de la responsabilidad, de demostrar que soñar y hacer de los sueños puede ser una hermosa realidad”, responde Karina.

En la Curia de Bahía Blanca le habían dicho que un encuentro personal con el Papa era una utopía, y que a lo sumo podía asistir a una audiencia de los miércoles, verlo salir por una ventanita, de lejos, y observar su misa. Pero nada de acercarse porque los guardias suizos “se lo impedirían con sus sables”. De todos modos le sugirieron que le mande el libro por correo.

En 2008, tras una nueva operación en sus piernas, Karina volvió a la silla de ruedas, después a las muletas y por consejo de los especialistas del Fleni, la natación se cruzó en su camino. Y cuando pocos creyeron en sus fuerzas, ella fue capaz de multiplicarlas. Gradualmente nadar se transformó en buena parte de su vida. Las aguas la llevarían a cada lugar que ella soñaba.

Reiterada protagonista de la travesía Puente a Puente Viedma-Patagones, que se disputa a lo largo de 3.800 metros sobre el correntoso río Negro, Karina supo en la prueba de 2013 de la existencia de la Federación Internacional de Natación, organizadora de los Mundiales. Y se animó a escribirle. Adjuntó fotos y recortes referidos a sus desafíos en los lagos Lácar, Aluminé, El Chocón, Gutiérrez, Correntoso, río Negro y también en Mar del Plata.

Desde el Fleni, el doctor Couto dejó constancia de que Karina, “quien presenta un diagnóstico de base de espina bífida, con expresión clínica de mielomeningocele cerrado oportunamente, está apta para la práctica de la natación deportiva”.

Una mañana de mayo recibió el mail que le confirmaba la invitación para participar del Mundial de Aguas Abiertas en Nápoles.

“Lo primero que hice fue ir al Banco Hipotecario. Hacía apenas un mes que había cancelado el crédito de la compra de mi departamento y pedí un crédito personal a cinco años para pagarme el pasaje. Pensé en llevar a mami. Después pedí tomarme las vacaciones pendientes en el trabajo”.

Hace varios años que para cada 3 de octubre Karina viaja. Siente que es una buena forma de festejar su cumpleaños. Y el último no fue la excepción en un marco de asombrosas coincidencias: el Mundial era cerquita del Vaticano, tenía el crédito e importantes rebajas en los pasajes que sacó por Iberia. Por eso pudo llevar a su mamá, Ana Grondona. Entonces sintió que ya no sería necesario mandarle su libro al Papa por correo, que bien podía ponerlo en sus propias manos. Y le escribió.

La noche del 23 de agosto, una cálida voz de mujer la llamó por teléfono a su departamento de Sarmiento al 200. Le dijo que el Papa la recibiría junto a su madre en la residencia de Santa Marta, el jueves 4 de septiembre a las 6 de la mañana.

El lunes 1 de septiembre a la noche, Karina y Ana se fueron a Buenos Aires en colectivo, al otro día volaron a Roma. Previa escala en Madrid, llegaron el miércoles 3 a las 19.30 y a las 5 de la mañana del día siguiente emprendieron el camino al Vaticano.

El Papa estaba mucho más cerca. Uno de los custodios de la Guardia Suiza le corroboró por escrito que serían recibidas a las 6.30. “Imposible entenderle el idioma...”, recuerda Karina. De pronto se abrió la puerta y junto a otros 20 visitantes, por un largo sendero, llegaron a una pequeña y austera capilla con una cruz de madera. Todos se sentaron y esperaron en silencio. Unos minutos después, el Papa comenzó su misa.

“Con una voz que transmitía paz, Francisco nos habló de la fuerza que tenemos en nuestro interior para enfrentar lo que nos depara la vida. Luego se sentó a un costadito y rezó humildemente con nosotros. Al final, en la puerta de la capilla nos recibió. Me impresionó la suavidad de sus manos al tomar las mías. Me miró a los ojos todo el tiempo y se sonrió. Le di el libro y le dije que lo queremos, que queremos verlo fuerte y feliz. El tocó mi cabeza y me bendijo. También a mami”.

Con tantas emociones juntas, madre e hija se fueron a Nápoles en tren. Se alojaron en el hotel Montespina Park, donde las esperaban Damián Blaum y Pilar Geijo, del equipo argentino de natación.

El domingo 7 de septiembre, junto a los 30 mejores del planeta, Karina inauguró la Capri-Nápoles, prueba del Mundial de Aguas Abiertas. Su mamá, que no sabe nadar y que les teme a las profundidades, la alentó desde una lancha.

Ese nuevo paso abre otras puertas. Por ejemplo, ya la han convocado para competir en Cancún, México.

Al volver a su departamento de Sarmiento al 200, después de 35 días, por debajo de la puerta le habían pasado un sobre. Era la respuesta de Francisco. Y también un pedido: que recen por él.

La protagonista

Bahía Blanca, Cabildo, el mundo

Karina Fassi nació el 3 de octubre de 1974, en el Hospital Italiano de Bahía Blanca. Por entonces poco se sabía de la espina bífida.

Hasta los 6 años vivió en una casita del dique Paso de las Piedras, donde trabajaba su papá. Luego se mudó a una quinta en Cabildo. Allí fue alumna de la Escuela Nº 27 y del Instituto Nuestra Señora del Sur.

A los 17 años fue operada en Bahía Blanca. Su estado se agravó y padeció fracturas e infecciones. A los pocos meses ingresó a la Universidad del Sur. Se recibió de contadora en marzo de 2002.

Especializada en Administración de Empresas, diversas becas le permitieron ampliar su capacitación.

En Ecuador, Perú, Chile y Colombia dictó conferencias sobre marketing y comercio internacional, desarrollo sustentable y responsabilidad social.

En 2008, luego de varios estudios, en el Fleni le propusieron volver a operarse. Aceptó. Le fue bien. En plena rehabilitación, los médicos le recomendaron la natación.

En agosto de 2009 llegó por primera vez a la pileta del gimnasio Uno, en septiembre comenzó a competir y en 2012 fue tercera en el Campeonato Argentino Máster, disputado en Olimpo, en los estilos crol y espalda.

Desde 2003 es empleada administrativa en la firma Lucaioli. También dicta clases gratuitas de cerámica.

Como no aceptó participar de torneos para atletas especiales, desestimó la posibilidad de representar al país en los Juegos Paralímpicos.

Nunca recibió ayuda económica oficial o privada.

Karina solo quiere competir con ella misma y participar con todos convencida del genuino valor de la integración.