Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Matías Amigo, de Bahía a Tanzania en un viaje a través del alma y por amor

El exjugador de 9 de Julio, Barracas y Liniers completará un período de 5 meses de labor humanitaria en un orfanato.
"El Torito", como bautizó Matías a Erick, un niño al que encontró deambulando cerca del orfanato. Como sus padres no se ocupan de él, quiere traerlo a la Argentina.

Ricardo Sbrana / rsbrana@lanueva.com

Al sur del monte Meru, segundo pico más alto de Tanzania, se encuentra la ciudad de Arusha. A 20 kilómetros de allí, un bahiense de 29 años lleva a cabo una misión humanitaria en solitario.

Matías Amigo, ex basquetbolista de 9 de Julio, Barracas y Liniers, transcurre los últimos meses en el orfanato Peace Matunda. A cambio de cama y comida, enseña español, actuación y básquetbol a chicos que concurren de primero al séptimo curso de la escuela que funciona dentro del mismo orfanato.

“Es mi segunda vez en Africa. El año pasado, en septiembre, vine por un mes e hice un poco de todo. Anduve por el sur de Kenia y Tanzania, donde conocí varios parques nacionales en los que aproveché para sacar fotos y grabar unos videos de animales, solo por hobbie”, explicó Matías, quien se desempeña como productor de medios y es hermano de Leandro Amigo, el kinesiólogo de Bahía Baket.

“Con el tiempo analicé a dónde podía viajar nuevamente y qué quería hacer de mi vida. Decidí venirme cinco meses para acá. Me gustaba la idea de quedarme para dar una mano, porque hay muchas cosas para hacer en cuanto a ayuda humanitaria. Presenté un proyecto y lo aceptaron”, expresó.

“Acá es todo verde, caminos de tierra, arroyos por todos lados. Uno vuelve a ser parte de la naturaleza alejándose un poco de la ciudad y caminando un poco todos los días… Yo debo haber bajado diez kilos desde que llegué. Por eso los chicos son flaquitos. Se alimentan, pero poco. Comen lo que para nosotros sería medio plato. Mucho maíz y arroz”, contó.

El escenario donde trabaja Matías no tiene nada que ver con el desierto, con aldeas, guerras tribales ni leones a la vera del camino.

Arusha, cuya población se estima en 1.300.000 habitantes, cuenta con colegios públicos y privados, por ejemplo.

“Las escuelas son pagas, tanto las públicas como las privadas, porque brindan comida. Se da un almuerzo llamado macande, granos de maíz con algunos porotos. Todo mezclado. Bastante cansador. Los chicos pagan muy poquito las públicas y en las privadas un poco más”, dijo.

Pero la realidad cambia hacia el sitio del orfanato, donde se puede estar una semana sin agua o tres días sin energía eléctrica. O ambas. No existen internet ni televisión.

“La semana que no tuvimos agua fue bastante brava. Nos terminamos bañando con un balde y tarritos. Acá tienen una técnica para bañarse con balde. El primer día me limpié los pies y dejé toda el agua sucia, ¡pero tuve que usarla luego para bañarme!”, recordó.

“La luz se corta todos los días un ratito. Pero te acostumbrás, al igual que a las arañas, las cucarachas, la suciedad, al polvillo... El olor de la ropa es distinto a cuando lavamos la ropa en casa. Acá se lava a mano y con jabón blanco. Pero también encontré mucha paz lavando la ropa a mano. Es como que uno simplifica muchos aspectos de la vida cotidiana. Es un aprendizaje. Tengo la suerte de vivirlo de esta manera y no como una realidad propia”, refirió.

Erick

La historia de Erick y cómo Matías sacó de la calle a un chico de 15 años, resumen la magnitud de su obra humanitaria.

“La historia de Erick es larga. Lo conocí en la calle, en una de las primeras caminatas que hice. Le dije que era bienvenido en Peace Matunda las veces que quisiera. Lo invité. Y a partir de ese día fue todos los días. A las siete u ocho de la noche yo le decía `volvé a tu casa´”.

“Con el tiempo le empecé a preguntar donde vivía y por su familia. Con el tiempo me enteré que no vivía con los padres. Y de a poco se fue transformando la historia: él me dijo que tenía 10 años, la madre que tenía 13 y días atrás descubrimos que tiene 15, pero el cuerpo es de un nene de diez años”, contó.

“Los padres son separados, la madre tiene otra pareja y está casada y tiene dos hijos con esa pareja. Acá culturalmente no está aceptado que otra pareja varón mantenga a un hijo que no es propio. Y el padre no lo reconoce porque dice que la madre lo concibió con otro tipo. Por ende vivía con el abuelo, que es el papá del papá. Entonces tampoco había mucha onda. Dormía en la calle y hacía tres años que no iba al colegio", dijo Amigo.

“Cuando me enteré de esto empecé a averiguar. Al principio en Peace Matunda no quisieron darme una mano. Tuve que ir a un colegio estatal a preguntar si le podían dar un lugar y una beca. Primero conseguí que lo becaran. Después propuse comprarle una cama y alimentarlo en el orfanato y aceptaron. Como vieron que le había conseguido colegio, me dijeron que podía ir al colegio del orfanato. Hoy pasa todo el día acá. Este colegio es de lo mejorcito en la zona de Arusha. Ese fue el primer paso y me puso muy feliz. Un poco pude encaminar la vida de este chico”, dijo.

Matías vive horas clave. Inició gestiones a todo nivel (incluyendo embajada argentina) para conseguir la custodia de Erick, ya que no puede afrontar la adopción.

"Me parece que lo mejor que puedo hacer es llevármelo. Están dadas las condiciones. Los padres están de acuerdo, quieren que se haga realidad", afirmó.

El principal obstáculo surgió ayer mismo. Abogados locales le dijeron que le costará 5.500 dólares traer a Erick a nuestro país.

"Ojalá se pueda dar y encuentre una solución. La mamá tiene miedo de que el chico vuelva a la calle. Es que a Erick le cuesta integrarse en la escuela. No está institucionalizado, sino que tiene la escuela de la calle, la que más cuesta aprender. El ya fumó, se drogó y chupó... Y tiene 15 años, aunque parece de diez. La cabeza no le da para tanto...”, expresó.

Mientras tanto, este fin de semana abrirá una galería de arte con Sullivan, un artista desocupado y alcohólico, que heredó una casa. En el intento por darle una motivación y alejarlo de la bebida, Matías lo estuvo ayudando a reciclar la casa para convertirla en un espacio cultural.

Ya está todo listo para que pueda mostrar sus trabajos y compartirlos con la comunidad. Sin dudas un buen comienzo para Sullivan.