Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Macri: desafío y puesta de condiciones

Jaime Durán Barba le acercó unos números a Mauricio Macri, que también leyó otros que aportó el diputado Emilio Monzó. En general esas encuestas muestran que el presidente recuperó tres o cuatro puntos de los diez que había perdido a comienzos de año con los errores no forzados, que se consolidaron después durante el marzo infernal.

La aprobación a la gestión de la administración también mostró leves signos de recuperación: casi la mitad aprueba aunque a la vez muestre disconformidad por su situación personal en el corto plazo. Tal vez el dato que más ruido hizo en la mesa chica fue el que sostiene que el 36 % de los consultados votaría por Macri o por sus candidatos en las próximas elecciones aún en el caso de que para ese entonces no le hayan resuelto sus problemas acuciantes de bolsillo.

Primera lectura cantada que se deja escuchar en los despachos al traducir esos muestreos: "prefiero al bueno por conocer que al malo conocido".

Esos datos podrían explicar a la vez el cambio de estilo del presidente frente a la parva de conflictos y problemas que ha debido afrontar, de los que hay bastante coincidencia en que salió bien parado y, a la vez, dejó en evidencia la fuerte dispersión, cuando no directamente la ruptura lisa y llana en las estructuras de sus rivales y adversarios políticos y sindicales.

Esos datos, dicen en los despachos, pero en modo especial el fortísimo respaldo que conmovió al presidente mientras miraba por cuatro canales de cable la marcha del 1 de abril "en defensa de la democracia" en la Plaza de Mayo y las principales plazas del país. Fue en el Edificio Jefatura de la residencia de Olivos y Marcos Peña, que estaba ahí junto a otros colaboradores del área de Comunicación, fue testigo de esa conmoción.

Puede aceptarse cierta dosis de exageración en el entusiasmo que por estas horas desborda el ánimo de algunos funcionarios, cuando un mero repaso de la realidad más candente y menos confortable se empeña en mostrar que la economía sigue estancada, que el consumo no remonta a los niveles deseados, que la destrucción de empleo todavía no ha cesado y en todo caso se están "salvando" los miles que se perdieron en 2016 y parte de este año, sumado a tradicionales lastres como la persistencia de los índices de pobreza e indigencia.

Ese entusiasmo tiene más que ver con la política que con la economía del día a día, y Macri pareció ponerle el moño el viernes cuando lanzó los créditos hipotecarios a 30 años que ofrecerán los bancos Nación, Provincia y Ciudad. "Las diferencias que no podamos superar a través del diálogo las vamos a dirimir en las elecciones de octubre", lanzó a quienes lo desafían desde el kirchnerismo duro, el peronismo desmembrado, los sindicatos más radicalizados y la tradicional juntada de la izquierda.

La convocatoria al diálogo por parte del presidente a los mismos sectores que, con sus más y sus menos, hasta ahora han jugado a desgastarlo y complicarle la gestión, y algunos como ya se sabe directamente a desestabilizarlo para que se vaya antes y de ser posible en helicóptero, tendrá ahora sus condiciones.

Es la ratificación del abandono (¿definitivo?) del "modo zen" sobre el que se alertó en estas páginas hace tres semanas, que empezó a plasmarse en aquel discurso del 1 de marzo ante la Asamblea Legislativa. Y la puesta en escena de un nuevo perfil "guerreador" más atado al político clásico que a las "formas" que han caracterizado al macrismo desde que empezó a rodar hace apenas ocho años.

Macri, hay que decirlo, ha aprovechado uno a uno los desaguisados que ha cometido la oposición que pretende derrotarlo en octubre. El Gobierno no tiene ninguna duda que el paro del jueves terminó por beneficiarlo. Lo convocaron los mismo dirigentes del viejo sindicalismo que fueron corridos a palazos al cierre de la gigantesca marcha del 7 de marzo por el kirchnerismo recalcitrante y los partidos de izquierda. De no haber ocurrido esa desbandada jamás hubiese habido paro, apuestan en el despacho de Jorge Triaca.

Para mejor el Gobierno logró que se hiciera carne en las redes y los medios que el ausentismo fue muy elevado porque los trabajadores no tuvieron forma de trasladarse a sus ocupaciones por la falta de transporte. Héctor Daer esquivó como pudo, y pudo mal, el desafío del cineasta Juan José Campanella para que convoque otro paro pero con colectivos, trenes y subtes funcionando.

Una muestra de esos nuevos tiempos que el Gobierno intenta que corran la entregó Macri el lunes, cuando trató a los sindicalistas de "mafiosos", mientras miraba a los ojos a los apichonados Gerardo Martínez y José Luis Lingeri. Un sayo que también le colgó a los empresarios del círculo rojo que no la terminan de entender, a los jueces que duermen causas o amañan otras, y al kirchnerismo y sus aliados que sólo buscan volver al fracaso de los últimos 12 años mientras meten palos en la rueda.

Aquella desafiante invitación a verse las caras en octubre es una tarjeta a medida de Cristina Fernández y sus seguidores, con quienes el Gobierno está más convencido que nunca que debe polarizar, mal que le pese a Massa y su "avenida del medio".

Macri saca pecho, aunque él mismo reconozca que, dato a no dejar pasar, la recuperación de los que más sufren es apenas incipiente.