Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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Cristina, Macri y las paradojas del mundo de la política

Cristina Fernández de Kirchner sigue siendo la mejor jefa de campaña de Mauricio Macri. Cuando el presidente resulta sacudido por alguna mala praxis evidente de sus ministros, y empieza a calentarse el humor social por los dolores en el bolsillo, otra vez la expresidenta o sus herederos y amigos empresarios aportan a la escena la impúdica exhibición de miles de millones de dólares guardados en bolsos, bóvedas o cajas fuertes.

El último aporte de la doctora a la causa de Cambiemos es el hallazgo de casi cinco millones de dólares en una caja de seguridad de Florencia Kirchner. Una joven que nunca trabajó, si por trabajar se entiende un documental de baja calidad pagado con los impuestos de los contribuyentes, dueña de una montaña de dólares que no son suyos sino de su madre, según todas las pistas que siguen los jueces. Y que provienen de la mega corrupción de Estado que caracterizó al gobierno anterior.

Son dólares sucios producto de los negocios igualmente turbios con los que los Kirchner amasaron una fortuna increíble mientras durante los últimos 26 años sólo dependieron de los sueldos que les pagó el Estado.

La fortuna hallada en las cajas de seguridad es la tercera parte de una saga que arrancó con Martín Báez contando seis millones de dólares en La Rosadita mientras bebía whisky y fumaba un habano, y siguió una madrugada en General Rodríguez con el estrambótico José López revoleando casi diez millones de dólares sobre la pared de un convento.

Todo parece indicar que habrá más capítulos, pero para empezar, el obsceno espectáculo reafirma por si hacía falta una impresión que con el tiempo se hizo carne: la obsesión de los Kirchner por acumular dólares en efectivo, que son tantos que no hay caja o bolso que alcance. “Para poder tocarlos”, como contó una vez un secretario privado de De Vido que le solía comentar Néstor a su arquitecto cuando llegaba cada nueva remesa.

Hay dos comprobaciones a la mano detrás de esas extravagancias que ofenden. Si la expresidenta y sus seguidores conservaban algún hilo de esperanza de protagonizar un renacimiento y terciar en la pelea por las elecciones del año que viene, todo ha quedado definitivamente muerto y sepultado debajo de esa montaña de dólares de muy dudosa procedencia. Y en segundo lugar: hay kirchneristas puros que se toman la cabeza con ambas manos cuando miran el espectáculo por televisión. “Así no volvemos más”, se quejaba un diputado que se mantiene fiel dentro del bloque del FpV.

Una tercera mirada del mismo tema recae en el peronismo tradicional, que no gana para sustos y ante cada revelación de la corrupción pasada debe apurar el mal trago de un nuevo sapo. Mientras se rearma y amaga alguna reunificación para iniciar una oposición dura contra Macri, cada nuevo mazazo le desmorona tantos esfuerzos. Por ahora, el espanto ciudadano en las encuestas no perdona.

El gobierno debería tomar en cuenta las señales que se han registrado en las últimas jornadas. Los problemas que le acarreó el ajuste en las tarifas del gas resultan cada vez más evidentes que provienen de una mala praxis. Y le ha provocado a Macri tal vez no la primera crisis interna en su gabinete, pero sí al menos la que más trascendió en estos primeros siete meses.

No son pocos los ministros y secretarios que le endilgan a Juan José Aranguren toda la responsabilidad en decisiones que tuvieron su costo político, una caída en las encuestas sobre las expectativas ciudadanas en la gestión de gobierno y el primer cacerolazo de la era Mari contra los aumentos de tarifa.

Es cierto que ese “ruidazo” del jueves fue motorizado centralmente por el kirchnerismo en retirada y los infaltables partidos de la izquierda todoterreno. No pareció una buena mirada la que esgrimieron en despachos de la Casa Rosada: se consolaron con el argumento de que la manifestación “no fue tan importante” como las que soportó Cristina a lo largo de su segundo mandato.

También es probable que tengan razón quienes dicen que Aranguren no hubiese durado un día más en su cargo si en lugar de ser ministro hubiese sido CEO de una empresa privada. No lo ayudó la posición de algunos de sus colegas, que cargan a la vez con su propia cruz a la hora de prometer escenarios menos duros que por ahora están lejos en el horizonte.

Alfonso Prat Gay no se calló en una reunión de gabinete en la que se discutió lo que se hizo mal y se pudo haber hecho mejor. “A mí nunca nadie me dijo que habría aumentos del mil por ciento”, disparó. “Está bien reconocer errores y corregir, pero nosotros no corregimos, emparchamos”, fue otro de los dardos contra el exejecutivo de Shell, a quien Macri sostendrá a rajatabla por aquello de que las políticas las dicta el presidente y las ejecutan sus ministros.

En ese tren y a caballo del desaguisado con las tarifas, la oposición le propinó a Cambiemos el primer golpe duro en el Senado. Más de los dos tercios del recinto voto no uno sino cuatro proyectos para anular los aumentos. Sorpresa: el oficialismo no llegó a sentar a todos sus miembros en esa sesión. La gobernabilidad no está en juego, pero resulta evidente que el peronismo en su conjunto ha decidido mostrar las uñas. No pareció para nada inocente la foto que al día siguiente juntó en el conurbano a Miguel Pichetto, Sergio Massa y Oscar Romero, jefe del bloque justicialista que comanda Diego Bossio.

El sindicalismo ha elevado a su vez los niveles de tensión con el gobierno. Hugo Moyano decidió abandonar el equilibrio en el que se había parado y advirtió que podría llegar la hora “de retomar la lucha”. En el proceso de reunificación, o tal vez por esa misma razón, los gremios del transporte amenazan con un paro nacional de 24 horas en rechazo del aumento de tarifas, la inflación y la promesa incumplida del Impuesto a las Ganancias.

Además, el excristinista Movimiento Evita convoca a una marcha “contra el tarifazo” para el 4 de agosto con concentración en Plaza de Mayo. Y el titular de la Comisión Episcopal de la Pastoral Social, monseñor Jorge Lozano, dijo sin vueltas que “la clase media baja ha sido la más perjudicada” por el ajuste.