Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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Un gesto con el que busca reafirmar autoridad

Para el oficialismo, el presidente mostró firmeza ante el peronismo y los caciques sindicales.

La de Mauricio Macri ha sido una apuesta fuerte. Que, como toda apuesta, conlleva riesgos. Para arrancar, hay que tener en cuenta un concepto que no es menor: suele decirse en los despachos del poder que, a la hora tomar decisiones, el presidente “se parece más a Néstor Kirchner que a Fernando de la Rúa”. Basta mirar la historia de ambos exmandatarios para entenderlo. Hay un valor extendido en ese análisis que lo corroboran los acontecimientos. El radical fue presa de sus propias indecisiones y hasta de su apatía para ejercer el poder. El santacruceño sólo tuvo la mala suerte de dejar la cosa púbica en manos de su impredecible esposa, que terminó por desbarrancar sin remedio todo lo bueno que se había hecho hasta 2007.

En esta etapa, Macri decidió que necesitaba aplicar en toda su extensión el principio de autoridad. Y además, dejar atrás un conflicto que le estaba consumiendo tiempo y esfuerzo y lo mantenía atado a una disputa interna ajena, como fue la que llevaron adelante los peronismos de distintas banderas en el marco del entrevero por la Ley Antidespidos. Vetar ese instrumento fue, para empezar, la demostración de ese gesto de autoridad que necesitaba para alejarse definitivamente de cualquier comparación con el expresidente radical. Demostrar, como pronosticaban a su alrededor, que “Macri no es De la Rúa”.

El presidente y los integrantes de su mesa chica estaban convencidos de que vetar la ley no le significaría pagar costos políticos que comprometan la estabilidad del gobierno. En todo caso, desgranan los voceros, si había alguna factura que pagar eso debió ocurrir aquel primer día en el que el presidente le bajo el pulgar a la ley y prometió vetarla. Cosa que cumplió a rajatabla. Todo ganancia, en la mirada de Jaime Durán Barba y del exintendente y analista de cabecera del presidente, Carlos Grosso.

Para más, en medio de esos análisis se mezcló el tema de los fondos. Para decirlo más sencillo, se habló de plata. Si en algún momento en el gobierno se analizó la posibilidad de apoyar el proyecto de Sergio Massa para, de paso, hacer más visible la derrota del FpV, allí estuvo Alfonso Prat Gay con números en la mano. Demostró que el capítulo de aliento a las Pymes que proponía incluir en el texto el tigrense suponía un costo fiscal de $ 20.000 millones, que comprometía seriamente el plan para bajar el déficit a 4,5% hacia fines de año. Se entrevió, además, la jugada: “Este muchacho (Massa) te invita a su fiestita pero te pasa el costo de la tarjeta”, dijo un ministro.

S e entiende en el gobierno que Macri obró como político, mal que le pese a Hugo Moyano. Con su voltereta del día anterior a la sanción de la ley, cuando mando a su bloque a abstenerse, y el posterior veto, el presidente logró una carambola a tres bandas: perdió el cristinismo que comanda Héctor Recalde; perdió Massa, que termino votando junto a sus excompañeros; y la tan temida explosión en las calles de las cinco centrales sindicales en contra del veto no es ahora mismo un dato que tenga que ver con la realidad. Las tres CGT se llamaron a silencio, el propio Antonio Caló dijo que la ley por sí sola no garantizaba que no haya desempleo, y las dos CTA quedaron con distintos planes de convocatoria a un paro nacional que por ahora es amague.

El gobierno operó además con datos en la mano. Una encuesta que recibió Macri el fin de semana sostiene que el 68% de los consultados sospecha que la ley es solo una pelea de poder de la oposición; el 12% cree que va a desalentar la creación de nuevos empleos, y solo el 9% considera que serviría para evitar los despidos. A la par se dio por descontado tanto en la Casa Rosada como en el bloque de Cambiemos que todo conducía a la misma conclusión: se trataba de resolver la interna en el peronismo, que en el caso del FpV buscaba además condicionar al gobierno y desestabilizar a Macri como reclamaba su jefa desde el sur.

Hubo además un dato que pesaba sobre cualquier otro. Macri, qué duda cabe, estaba harto de ese debate y quería salir cuanto antes de la encerrona para retomar en la agenda y empezar a habla de inversiones y otras cuestiones que se van acomodando, como la recuperación del empleo en la industria de la construcción, y señales de una baja de los precios, que tal como se venía pronosticando hará descender del casi 7% del mes pasado a un 3% que darán las mediciones de mayo. El presidente presumió además, y al parecer bien, que el gesto de autoridad del veto y la señal de firmeza ante el peronismo y los caciques sindicales le puede generar adhesiones entre una sociedad que, por ahora, le sigue entregando dosis de comprensión y paciencia.

No da para exagerar, pero entre las principales figuras del gabinete y en despachos de Cambiemos en el Congreso se palpaba una buena dosis de optimismo. Por esas señales de firmeza hacia el ciudadano común y por la pericia política con la que se resolvió el veto. Reflejaban en la Jefatura de Gabinete un escenario de la realidad: en la misma semana, el gobierno acordó un histórico pacto con todos los gobernadores por la Coparticipación; se descomprimieron las tensiones con las centrales sindicales en el Consejo del Salario; se firmó la paritaria de los gremios estatales por un 31%; se dispuso elevar el salario mínimo y vital a $ 8.060, y se pasó de $ 400 a 3.000 el Seguro de Desempleo, que no se modificaba desde hace diez años.

Por si fuese poco, Cambiemos desplazó del centro de la discusión política a Massa, que busca desde ahora mismo posicionarse para sus dos grandes desafíos electorales, en 2017 y en la pelea mayor de dos años más tarde. Quedaba la impresión en el gobierno que de todas las que puso en juego en el último mes, esa es hoy la victoria más relevante que puede anotarse Macri, de cara a su también imperiosa necesidad de ganar las elecciones del año que viene.