Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Aprontes de la oposición y las penurias de Scioli

Mauricio Macri y Sergio Massa habilitaron esta semana una pregunta que se hacen en la oposición y en el oficialismo, en cuevas políticas de todo pelaje y en consultoras que hasta en alguno casos reportan directamente a La Plata.

Desentrañar, de eso se trata, si el candidato de Cambiemos y el líder del Frente Renovador van camino a un acuerdo electoral pleno para las elecciones de octubre.

Imposible responder ahora a ese nuevo gran interrogante surgido de las cenizas del escándalo tucumano.

Pero a solo 55 días de ese acontecimiento los dos primeros actores de esa escena debieran apurarse a ofrecer la respuesta. De eso podría depender, dice un encuestador agigantando la suposición, que ambos no terminen mirado la ceremonia de traspaso constitucional del mando en sus casas y frente a sus respectivos televisores.

Por ahora, hay que decirlo, es lo que se ve. Un acercamiento de Macri y Massa junto a otros presidenciables para mostrarse en la misma foto en la que se le reclamó transparencia en las elecciones de octubre. Y un reclamo de suyo imposible de cubrir, pero que igual se puso sobre la mesa para generar impacto político, como es que se cambie directamente el arcaico y clientelar sistema de votación por uno más moderno y confiable, que aleje sustancialmente las posibilidades del fraude.

Por lo que se escucha ahora mismo, aunque las cosas podrían cambiar, hay más entusiasmo en el macrismo por este posible acuerdo que en el massismo. Fuentes ligadas al Gobierno porteño aceptaban el viernes que "hay diálogos", sin abundar. El mismo Macri lo dijo públicamente, aunque aclaró que las reuniones por ahora están acotadas dentro de aquel reclamo de transparencia.

Por debajo de ambos dirigentes ya habría contactos. Una dosis de entusiasmo no se le niega a nadie. "Hay que esperar un poco, se está construyendo, la foto en efecto es solo eso, una foto para reclamar que no se roben la elección de octubre, pero por algo hay que empezar", se ilusiona el confidente.

En el Frente Renovador, en cambio, se muestran por ahora más duros y menos proclives a nada que se parezca a un acuerdo electoral. Así lo dejó en claro Massa. Del mismo modo pareció plantearlo el jefe de campaña del tigrense, Alberto Fernández, un hombre que de todos modos sabe que si hay voluntad es posible construir aun desde la divergencia. "El Frente Renovador nunca votaría por Macri", prefirió ponerlo en potencial. La intransigencia provendría desde el riñón mismo del espacio que en 2013 sepultó las veleidades a perpetuidad de Cristina Fernández. Un intendente entrerriano fundador del massismo lo puso en un correo a su jefe: "Me he tragado sapos en mi vida, pero no me voy a tragar el sapo de votar a Macri".

Se entendería el apuro del ingeniero. Macri necesita de los votos de Massa, pero mucho más de los de José De la Sota, para achicar la brecha y forzarlo a Daniel Scioli a una segunda vuelta. Son por ahora irrealidades basadas en encuestas que les dicen que la mitad de los votos de UNA en octubre irían para el macrismo si Massa se baja.

Voceros del gobernador cordobés repican como campana: "Nosotros vamos unidos con Sergio y todos votamos por UNA en octubre". Recuerdan al pasar que eso quedó sellado hace diez días en Córdoba entre ambos dirigentes. Lejos de esas seguridades se reconoce que si ocurriese tal escenario, que por ahora el tigrense pareciera querer sepultar, Macri podría ser el mayor beneficiario de los votos peronistas que jamás votarían al kirchnerismo encarnado en Scioli. "Quedan cincuenta días para las elecciones y no hay mucho tiempo para meloneo", apuran desde el macrismo.

Un capítulo que los desvela, porque aquí se trata de que cada punto vale oro para evitar que Scioli gane en primera vuelta, es qué pasará con Rodríguez Saá, con Stolbizer y con la izquierda. Es un cuatro por ciento del electorado que necesariamente debería ser capturado. Pero ese es, reconocen, uno de los agujeros negros de la estrategia del macrismo.

Por su lado, Scioli busca entender por qué todos los cataclismos políticos y climatológicos de los últimos tiempos caen sobre sus espaldas. Por qué la sociedad ya no estaría respondiendo como antes a su tradicional latiguillo de "fe, esperanza y optimismo". A su lado han vuelto las sospechas: se quejan porque le tiran encima hasta el joven militante muerto en Jujuy o el escándalo tucumano, cuando con el viaje a Italia y las inundaciones bonaerenses ya tenía bastante. A lo mejor está pagando (otra vez el "fuego amigo") el grueso error de cálculo de creer que Tucumán iba a ser la base de lanzamiento de su anti cristinismo atenuado, respaldado por los gobernadores.

Intuyen para empezar que así como van no hay triunfo en primera vuelta que valga. Hay un escenario que ahora mismo todos miran: que Scioli crezca dos o tres puntos y no llegue al 45 por ciento, y tampoco logre sacarle los diez puntos a Macri si logra algo más que el 40. Balotaje cantado en el que nada puede escribirse de antemano. Por eso Cristina ordenó concentrar todos los ataques en el líder de Pro. Dos ejemplos: Aníbal Fernández hace su aporte cada mañana, y Alberto Pérez dice que si gana Macri el dólar va a costar cincuenta pesos y la gente se quedará sin trabajo.

¿Le alcanzará al gobernador, o primero tendrá que vencer los fantasmas internos que lo acechan a la vuelta de cada esquina? Para empezar no debería escuchar a quienes sospechan que Cristina y Aníbal planean desentenderse de su suerte y hacerse fuertes en la provincia, donde ella sería candidata a senadora en 2017.