Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Cuando el miedo se transforma en la principal estrategia política

A través de una serie de frases cargadas de dramatismo, el gobierno parece haber puesto en marcha una campaña destinada a instalar la idea de que sin la presidenta, o sin el kirchnerismo en el poder, sobrevendrá el caos.

Por Eugenio Paillet / elpais@lanueva.com

Ninguna de las expresiones que se escucharon esta semana sobre lo mal que le iría a los argentinos si Sergio Massa o Mauricio Macri ganan las elecciones presidenciales del año que viene, desde Alex Freyre a Daniel Scoli, pasando por José Alperovich y el actor Gustavo Garzón, en un coro al que se sumaron con variado ímpetu Sergio Urribarri, Julián Domínguez y la propia Cristina Fernández ("No podrán derogar el satélite ARSAT-1"), han sido obra de la casualidad.

No las hay en política y menos cuando se trata de hacerle la cabeza al ciudadano de a pie, como las recorridas de punteros de Fernando Espinoza, Luis D´Elía y La Cámpora por barrios pobres de La Matanza. "Ojo que si ganan las corporaciones ustedes no cobran más planes sociales", les advierten.

Se trata de un plan minuciosamente orquestado desde lo más alto de la cima del poder, destinado a machacar en las mentes ciudadanas que, así como Cristina dijo que a su izquierda sólo estaba la pared, ahora previenen que sin ella, o sin el kirchnerismo en el poder más allá de 2015, sobrevendrá el caos.

Como Luis XV, la presidenta ordena imprimir el mensaje: "Después de mi, el diluvio". Es decir, a ninguno de aquellos se le salió la cadena, salvo a Freyre, que lo mandaron a decir una cosa y sobreactuó la escena, tal vez convencido de que podía ganarse el premio del empleado del mes, y terminó provocando más dolores de cabeza que daños concretos en el enemigo.

Es, bien mirada, una mala copia de intentos anteriores de otros gobiernos que atravesaron por lo que atraviesa Cristina: un final inexorable de mandato, sin sucesor a la vista por aquello de que no hay sucesión fuera de la familia Kirchner, en medio de un escenario donde lo que abunda es el malhumor social ascendente por el alza de los precios, los salarios que pierden la carrera contra la inflación, la caída de puestos de trabajo registrado, el aumento de la informalidad laboral, y una inseguridad galopante a la que el gobierno se niega a reconocer, como no reconoce que el argentino medio está hoy más desesperado por hacerse de los pocos dólares mensuales que le autoriza la AFIP que atento al discurso del país de maravilla

Dicen en despachos del gobierno, vaya paradoja, que para el montaje y puesta en ejecución de esta campaña del miedo cuentan con el inestimable aporte de la oposición. Si bien nadie en su sano juicio supone que Massa o Macri tengan alguna razón -como no sea un rapto de enajenación- como para anular la Asignación Universal por Hijo o la ley de Movilidad Jubilatoria, o devolver YPF a Repsol, o desabastecer a los hospitales y centros especializados de remedios y medicamentos contra el sida.

Los dirigentes opositores que aspiran a ser gobierno en 2015 por ahora se llenan la boca enumerando las leyes del kirchnerismo que piensan derogar. Puede que tengan razón: mientras tanto poco se sabe de lo que planean hacer para enderezar un país al borde del colapso económico y social como es el que le va a dejar, a cualquiera de ellos, la actual administración.

Hay otro plan, más tenebroso que el que promete el caos si la oposición llega al poder, que está por ver la luz. Se trata de una auténtica campaña sucia contra los presidenciables como Massa o Macri, aunque en un plano general destinado a embarrar a esas figuras, a las que podrían sumarse Ernesto Sanz, Hermes Binner, Julio Cobos y alguno más, y en casos de operaciones extremas a sus respectivas familias.

En las cuevas del kirchnerismo donde se cocinan estas bajezas se la conoce como "la guerra de los carpetazos". La Secretaría de inteligencia, a cargo del incondicional Héctor Icazuriaga, uno de los hombres que verdaderamente y a veces no tanto para la foto o la tribuna influye sobre los oídos de Cristina Fernández, es la que hará su mayor aporte a la puesta en marcha de esa tal guerra.

Lo primero que viene a la mente es que el kirchnerismo, en su versión fundamentalista conocida como cristinismo, ya tropezó antes con la misma piedra. Al dirigente radical Francisco Olivera intentaron ensuciarlo con una inexistente cuenta secreta en el exterior. A Francisco de Narváez, en desesperado intento por evitar la derrota de Néstor Kirchner que finalmente sobrevino, le montaron una campaña para responsabilizarlo del narcotráfico en la provincia. El juez que lo imputó termino destituido por juicio político.

Hay por supuesto razones que se esconden detrás de esa estrategia a dos puntas. Una es bien conocida: la presidenta supone que, de estos ataques y de las malas artes por venir, ella sale fortalecida, conserva el poder y el centro de la escena, requisito indispensable para sobrevivir durante la transición. Y para esperanzarse con que la gente le crea a ella y no a Massa o Macri, como cuando les preguntó por cadena nacional si creían que el satélite estaría ahora en órbita si ella no hubiese ganado en 2007 y en 2011. "Yo o el caos" en su máxima expresión.

La otra proviene de las encuestas: dicen los analistas oficiales que Cristina conserva un piso inamovible del 30/35 por ciento de imagen positiva, que podría traducirse en intención de voto con algunos puntos más si ella decide bendecir a Daniel Scioli. Artemio López calcula que hasta el kirchnerismo de ese modo podría ganar en primera vuelta. Cabría añadir: siempre que el combo en el que se mezclan el miedo y la guerra sucia no se les vuelva en contra.