Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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La tormenta perfecta: peleada con el mundo y rodeada de fanáticos

Cristina, La Cámpora y Kicillof: esa es la trilogía en la cual se basará desde ahora el esquema de gobierno con el que se planea llegar al fin del mandato. Lo que dejó la gira por el exterior y los cambios internos que se vienen.
La presidenta colocó a niveles de casi ruptura las relaciones con Estados Unidos.

Por Eugenio Paillet / elpais@lanueva.com

De regreso del que ella misma considera en la intimidad como el más triunfal de sus viajes al exterior, lo que incluye la errónea visión de un Papa al que sOlo le faltaría el carnet de afiliado para considerarlo uno de los suyos, la presidenta ha cerrado, o casi, el círculo para poner en marcha la tormenta perfecta.

Supone, o argumentan en su cada vez más raquítico entorno, que de esa forma y en medio de esos mares bravíos atravesará el derrotero hacia el momento en que le toque abandonar la Casa Rosada para convertirse en la jefa de la oposición. Y se entiende por tal definición a todo aquel gobierno que arranque el 11 de diciembre de 2015 que no sea encabezado por un incondicional del espacio.

Un supuesto que verdaderamente no va a ocurrir porque esa figura hoy por hoy no existe. Por allí comienza a explicarse aquella arenga de Máximo de prepararse para volver al llano y reorganizarse con el propósito de regresar en 2019.

Primera conclusión: la presidenta no tiene candidato para el año que viene y se siente cómoda en ese estado de cosas. Deberían tomar nota Daniel Scioli, Florencio Randazzo y el resto.

La presidenta ha decidido por ello pelearse, de una sola vez y al mismo tiempo, con todo el mundo, lo que incluye la temeraria decisión de colocar a niveles de casi ruptura las relaciones con Estados Unidos y otros países centrales como Alemania. Y encerrarse en el plano interno con sus fanáticos y leales.

Es decir con La Cámpora, que se dispone apenas ella lo autorice a copar ministerios y secretarias de Estado en tren arrollador como no se había visto antes. Y con Axel Kicillof, el súper poderoso ministro de Economía, que por su lado aguarda el visto bueno para poner en marcha aquella propuesta que le hizo tiempo atrás: “Tengo los hombres y las mujeres aptos y listos para hacerse cargo de las áreas sensibles del gobierno”.

Cristina, La Cámpora y Kicillof. Esa es la trilogía en la cual se basará desde ahora el esquema de gobierno con el que se planea llegar al fin del mandato. Fanáticos, aplaudidores y ultraleales. El resto serán enemigos de adentro y afuera que solo quieren desestabilizarla o impedir que termine su mandato en tiempo y forma.

Un dato no menor para entender semejante disparate, es que ella y sus fanáticos están convencidos de que tienen el aval del Papa en cuanto al apoyo a su prédica externa antibuitre. Y que ese imaginario apoyo se extendería al plano interno, y puntualmente a la lucha contra los imperialismos que llevan adelante -no sin algunas lágrimas emocionadas- los inefables “Wado” de Pedro y “Cuervo” Larroque. O el mismo José Ottavis, que hace un año prohibió en la Legislatura bonaerense que se hiciera un homenaje a Francisco. “Convertimos al Papa en kirchnerista”, dijo uno de ellos tras su costosísimo paseo por Roma y Nueva York.

La verdad, nada de lo que venden sobre lo que piensa Bergoglio en política exterior es nuevo ni nació de su relacionamiento con Cristina Fernández. Y si algo se le reconoce en el plano interno es el temor a que el gobierno y sus erradas decisiones económicas puedan provocar algún desmadre social que complique la transición hacia el traspaso del poder.

Tiene razón en un aspecto la doctora: el Papa no habla con ella de la gobernabilidad del país. Lo hace con los numerosos dirigentes políticos, sindicales y observadores que recibe en Santa Marta o con los que se comunica de manera frecuente a través del celular, ante quienes ha convertido casi en eslogan publicitario su ruego para que “cuiden a Cristina”.

El plan para desatar la tormenta perfecta ya ha dado sus primeros frutos. El gobierno norteamericano ha sacado de su agenda de interés a la Argentina. El resto de los países centrales, lo que incluye a la injustamente destratada Alemania, ha votado contra las resoluciones en Naciones Unidas sobre el accionar de los fondos especuladores.

Todo a caballo de una estrambótica conjura mundial contra un gobierno modelo como el que ella encabeza, y cuyas consecuencias desde ya -lo que reafirma el completo desinterés por quien resulte ganador en las elecciones- pagarán otros, los que vengan a hacerse cargo de la pesada herencia.

El capítulo interno de esa estrategia también ha comenzado a tomar forma. Hasta Alicia Kirchner, un ícono sagrado por simple portación de apellido, sería desplazada de Desarrollo Social para permitir el desembarco allí de La Cámpora. Buscarán entretenerla con el argumento de que ahora mide un poco mejor en Santa Cruz y que sería la candidata ideal para pelear la gobernación.

El viernes por la noche se contaba por horas el tiempo que le queda a Jorge Capitanich en el gabinete. Kicillof quiere ese sillón, que ocuparía él mismo, o Mariano Recalde o De Pedro, si se impone en este caso la mirada de Máximo Kirchner. El problema en este caso es que ahora el chaqueño planea resistir, abandonada la idea de regresar a su provincia porque las encuestas le dan por el piso.

Ha comenzado entonces la etapa de desgaste: Cristina deja trascender que “no se le entiende nada”, ordenó a Canal 7 limitar al mínimo la difusión de sus diarias conferencias. Y el jueves mandaron al cronista de la agencia oficial de noticias a preguntarle sobre los rumores de su renuncia. “La presidenta decide en su momento”, respondió Coqui con un hilo de voz, casi condenado.