Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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“Paterson”, un poeta de felicidad simple

En tiempos de filmes violentos y acción, sigue cosechando aplausos y excelentes críticas la sencilla historia de un colectivero pueblerino que escribe haikus.
El filme, a pesar del extenso aplauso que recibió en el Festival de Cannes y de los elogios de la crítica, se fue sin premios.

Frente al adocenado cine estadounidense de los últimos tiempos, el siempre transgresor en cuanto a propuestas Jim Jarmusch vuelve por sus fueros con Paterson, la historia de un colectivero pueblerino que escribe haikus, un relato que sorprendió a los asistentes al Festival de Cannes de 2016.

El filme, que a pesar del largo e intenso aplauso en todas las funciones de la competencia oficial de aquel festival y los elogios casi unánimes de la crítica internacional injustificadamente se fue con las manos vacías, llega finalmente, a las salas argentinas para regocijo del público cinéfilo. Hay en el personaje de este Paterson algo de Matsuo Bashuo, el padre de los haikus, es decir el género de poemas japonés que se escriben, según la tradición, en tres versos sin rima, de cinco, siete y cinco sílabas, respectivamente, aquellos, como los de este poeta, amateur pero obsesivo, suelen hacer referencia a escenas de la vida cotidiana o la naturaleza.

Aquella expresión de asombro y emoción de los auténticos haikus aparece en los textos de esta singular criatura urbana a la que su rutinaria existencia parece cobrar sentido, para ser precisos más sentido, lápiz en mano, con una simple libreta de apuntes que se convierte en un preciado tesoro.

El título se refiere al apellido de su protagonista, un colectivero que circula cotidianamente por las calles de su ciudad natal, ubicada en el condado de Passaic, en Nueva Jersey que, afortunada coincidencia, lleva su mismo nombre, algo que debe entenderse como una broma lacaniana del director.

En verdad, este treintañero muy alto y parco, de poca gestualidad es parte indivisible de la Silk City, tal como se la conoce, lugar que a pesar de su gran movimiento y sus muchos habitantes no deja de respirar cierta cosa provinciana, mezcla de monotonía con calma que también es clave.

Así lo entendió el siempre original Jarmusch al escribir la historia de un hombre común pero inquieto, aspirante a poeta que hace pausas para escribir lo que siente a partir de lo que escucha en sus viajes, sea sobre una cajita de fósforos, acerca de la vida misma o la dimensión del tiempo. Paterson no está solo, vive con su pareja, una chica bonita y dulce, en una rutina en la que él le cuenta sus anécdotas y ella, a la que le gusta decorar, diseñar y hasta cocinar repostería en blanco y negro, su deseo de tener una guitarra especial y también cantar como su ídola country Patsy Cline.

Esa felicidad simple, de repeticiones (como los circuitos de línea urbana en que circula) tendrá un pequeño contratiempo, por suerte uno que no le impedirá, una vez más, encontrar la paz frente a las cataratas del Passaic, cosa de que los astros vuelvan a alinearse para él y le den una señal.

Paterson es uno de los filmes más simples, originales en su propuesta, cuidados y emotivos del autor de clásicos modernos como Extraños en el paraíso o Flores robadas, producto de su experiencia y capacidad de observación del criaturas simples, movidas por sus pasiones .

La estructura de mostrar el día a día del personaje incluso con horarios, desde que se levanta, con sus gestos cariñosos y su pasión por el poeta local William Carlos Williams hasta que noche a noche lleva a pasear a su amado perro y tomarse una refrescante cerveza, son claves.

Ese bar en el que recala Paterson, le permitirá a Jarmusch retratar a otros personajes igual de ricos, que son los del club de lobos solitarios, con sus propios conflictos, y ayudará al espectador a compartir con él un vaso de cerveza y descubrir que Lou Abbott, nació allí.