Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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El éxito sigue pasando por su gancho mediático

José María Listorti y Pedro Alfonso volvieron con "Socios por accidente 2", haciendo lo que saben y pueden.
Alfonso y Listorti, un dúo con un código interno que funciona más allá de la debilidad del guión.

Por María Inés Di Cicco / mdicicco@lanueva.com

Socios por accidente, con José María Listorti y Pedro Alfonso, se estrenó el año pasado para prologar las vacaciones de invierno y terminar la temporada con 560 mil entradas vendidas, cifra nada despreciable.

La secuela entró a la cartelera el pasado jueves, con 15 días de ventaja respecto de la primera. Aunque teniendo a varios tanques como rival, apenas 5 mil personas fueron a verla ese día en 150 salas del país. No obstante, se quedó entre las cinco primeras, detrás de Minions, Intensa mente, Jurassic World y Dragon Ball Z.

Buddy movie local, al estilo de Los Superagentes (Tiburón, Delfín y Mojarrita) que en los 70 convocaban a un público masivo, necesitado de risas y sin mucha propuesta familiar foránea, Socios... se sostiene en un decente trabajo de producción, con un guión muy flojo y el protagónico de un par de figuras atractivas secundadas por muy buenos actores que poco pueden hacer por sacar adelante el relato.

Cuarenta años atrás, a un Víctor Bo prácticamente de adorno y un Ricardo Bauleo pasable -–aunque no inexperto--, los compensaba un Julio de Grazia enorme, que se ponía el humor de la saga al hombro.

Ahora son dos nombres salidos debajo del ala de Marcelo Tinelli los que lideran el reparto, uno de ellos productor (Listorti), ninguno gran actor, con la bella Luz Cipriota como señuelo visual para los hombres, y los secundarios de Anita Martínez y Mario Pasik, nada menos.

En los roles de Matías y Rody, un torpe traductor de ruso y un eficaz agente de Interpol, este dúo de opuestos se reencuentra después de los enredos compartidos en la frontera con el Paraguay. Llegan a La Rioja para proteger a un ministro ruso que viene a presentar a un pájaro salvado de la extinción por un trabajo de colaboración entre países.

Nunca se sabe por qué al pobre ruso lo quieren matar, pero la policía internacional lo protege, Rody es la cara visible y Matías sigue siendo el distraído que cae en el medio de todos los líos, sin comerla ni beberla. Una narración sin ton ni son hace avanzar a duras penas la historia. Y aunque Listorti y Alfonso parecen afianzar su código interno, el éxito de este título seguirá pasando por su gancho mediático.