Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Russell Crowe, en "Camino a Estambul"

Habiendo probado ya las mieles de mi propio rodaje, creo que puedo decir que hasta la fecha es el más feliz y divertido que he conocido nunca.

"Si esta película no funciona volveré a trabajar para otros, y tampoco está mal, aunque será volver a un limbo no muy cómodo para mí", agrega.

Aunque Crowe cree que el tiempo no ha modificado su esencia como actor.

“Tengo más capas de experiencia, pero que hay una pureza en mi forma de ver el trabajo que sigue intacta, igual que el primer día. Elijo los personajes siempre con mi propio criterio y sigo, como me gusta decir, respetando a los dioses del cine. Solo acepto proyectos con los que tengo una honda conexión. No hago anuncios de televisión ni presto mi imagen para vender ninguna clase de productos. Amo mi trabajo. Eso tampoco quiere decir que sea de esos que se lo toman demasiado en serio, pero siento muchísimo respeto por lo que hago”, sostiene.

Dirigir a otros actores no solo no le impone desafíos, sino que le parece lo mejor de su nueva faceta como director.

“Conozco el grado de intimidad y de esfuerzo que necesita un actor para sentirse a gusto. Creo mucho en la preparación de un personaje, en el trabajo previo. Todo lo que se camina antes del rodaje solo puede beneficiar a una película. Es una pena que esto no se cuide suficiente, y lo sé por experiencia propia, que ya es larga y va desde mi adolescencia hasta hoy. Muchas veces he echado de menos que los directores no te escuchen suficiente ni tampoco se tomen la molestia de preguntarte nada", afirma Crowe.

Claro que hay excepciones, como la de Ridley Scott, quien lo dirigió en la premiada Gladiador y en Robin Hood, Gángster americano, Un buen año y Red de mentiras.

"Es un director que espera que contribuyas con tus ideas a la película. Al menos lo hizo conmigo y quizá se arrepintió porque sé que me ponía muy pesado. Pero creo que para un realizador escuchar a un actor es un privilegio, su poder sobre ellos y el equipo en general debe aceptarse como una enorme suerte, y los que lo olvidan están simplemente dejando de lado lo más importante de su oficio”, aclara.

En Australia, los sectores más reaccionarios de aquel confín le echan ahora en cara que su película Camino a Estambul intente acabar con la heroicidad de una batalla, la de Galípoli, que ha contribuido a la narración nacional.

“Quería poner sobre la mesa que se construyó una falsa épica alrededor de esta batalla, en la que murieron miles de jóvenes australianos y neocelandeses y cuya realidad espantosa poco tuvo que ver con la aventura mítica que se construyó luego. Fue brutal, los chicos morían desangrados, aullaron de dolor durante horas. Las contiendas no son ni limpias ni hermosas. La película no celebra la guerra, pero estoy seguro de que eso no ofenderá nunca a ningún hombre que ha conocido los horrores de una batalla”. subraya.