Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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“Puro vicio” es una adaptación atrevida y perdida en el camino

Dirigida por el laureado Paul Thomas Anderson, se ahoga en su propio culto al mundo lisérgico de fines de los años '60 y olvida el gancho que le debe al público como policial.
“Puro vicio” es una adaptación atrevida y perdida en el camino. Aplausos. La Nueva. Bahía Blanca

Una rápida indagación por Wikipedia nos indica que Thomas Ruggles Pynchon es uno de los novelistas más celebrados de la actualidad, de obra compuesta por ocho novelas: V. (1963), La subasta del lote 49 (1966), El arco iris de gravedad (1973) --que coqueteó con el Pulitzer--, Vineland (1990), Mason y Dixon (1997), Contraluz (2006), Vicio propio (2009), Bleeding Edge (2013); y un libro de cuentos titulado Lento aprendizaje (1984).

Referente del posmodernismo maximalista, se dice que su escritura va de paranoica a histérica y densa.

Paul Thomas Anderson se propuso la nada sencilla tarea de trasladar Vicio propio al cine y hasta el momento no hubo quién cuestionara la fidelidad del director al libro, cosa que no siempre implica una garantía de resultados en la narración.

Éste es el caso de la película que, según algunas miradas fue la gran ausente de la última entrega de los Oscar, pero en lo que respecta a estos párrafos, brilla por la misma ausencia en lo que a enganche con las generales del público refiere.

Tan compleja y trastrocada como se dice de su inspiración deviene esta cinta del mismo director de la también intrincada Magnolia, Boogy nights y The master, como la más reciente entre varios títulos que indagan sobre temas recurrentes en torno a la droga, el sexo, el dinero y las sectas. En Puro vicio se hace alguna broma en torno a la figura de Charles Manson.

El cuento es un policial que se sitúa en epílogo de los lisérgicos '60. En tiempo de poder de las flores y amor libre, se explica que Doc Sportello, un detective privado de Los Angeles, sea contactado por esa escultural ex novia que le rompió el corazón para investigar el paradero de su nuevo amante, un magnate inmobiliario.

En busca de datos, comienza el derrotero de este investigador que cruzará con policías de conductas contradictorias, informantes varios, mujeres que ofrecen sexo de alto voltaje y hasta una novia que luce traje y rodete para impartir justicia y se desnuda para compartir cama, cannabis y rockanroll.

Los personajes parecen competir por el premio al bizarro y en ese sentido el reparto multiestelar no tiene desperdicio.

Es ese enredo de caracteres y situaciones, a cual más delirante, el que termina por perder la esencia del relato y convertirlo en la clase de filmes que no se define entre ser un bodrio ininteligible o una obra de arte de magnitud apta para minorías intelectualmente agraciadas.

Una pena, porque el material con el que contó Anderson se diluye en el intento.