Bahía Blanca | Martes, 23 de abril

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Una reflexión sobre el sentido de nuestra vida

Filmada en 39 días, pero a lo largo de 12 años y con los mismos actores, es un testimonio del paso del tiempo.
La propuesta, acompañar a una familia fragmentada, según pasan los años.

Richard Linklaker es uno de esos "bichos de cine" que se permiten ciertos lujos creativos y hacen uso de una admirable paciencia para hacer de sus relatos una suerte de oda a preguntas existenciales.

La trilogía Antes del amanecer/atardecer/anocher (con protagónicos y trabajo de guión de Ethan Hawke y Julie Delpy), es el ejemplo más a la mano para notar cómo este director se posiciona en un punto de la vida de sus personaje, para acompañarlos en su maduración conforme pasan los años, de manera casi documentalista.

Para el caso de Boyhood, dio un giro a su apuesta: se tomó 12 años, entre los cuales administró 39 días, para realizar el rodaje, y aprovechar los cambios físicos y madurativos de los actores para contar la historia de Olivia, Manson y Samantha, una madre separada y sus dos hijos, desde que Manson tenía 6 años y cursa su primer año escolar, hasta sus 18, cuando hace su ingreso a la universidad.

En ese transcurso, la narrativa de Linklaker enfoca sobre momentos clave en la vida de estas personas, con matrimonios fallidos, sucesivas rupturas familiares, preguntas existenciales, inquietudes sexuales, hipotecas, becas y demás acontecimientos que van marcando hitos en su existencia.

Linklaker procura una observación casi científica de los personajes, a quienes toma como muestra del común del ser social, que incluye al espectador y lo involucra en una relación intimista con su propuesta, sin dudas, interesante.

Paradójicamente, lo mismo que la destaca, la torna, por momentos, insoportable: y es esa vocación de rendir pleitesía al tiempo, que extiende innecesariamente el camino hacia el mensaje final.