Bahía Blanca | Martes, 23 de abril

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La historia se vuelve más oscura

Secuela de la película realizada en 2011, esta entrega de El planeta de los simios introduce otras preguntas.
Malcolm (el australiano Jason Clarke) y una difícil misión: salvar a simios y humanos.

Por María Inés Di Cicco / mdicicco@lanueva.com

En 2011 tuvo lugar el estreno de El planeta de los simios: (r) evolución, dirigida por Rupert Wyatt, donde se contaba que una serie de experimentos de ingeniería genética que pretendía encontrar una cura para la enfermedad de Alzheimer da la pauta para el desarrollo de la inteligencia en primates.

La gran evolución se producía en César, un chimpancé recién nacido que el científico Will Rodman decide cuidar como a un hijo, hasta que sus experimentos lo obligan a dejarlo en una instalación para animales de laboratorio. La revolución viene de la mano del mismo ser, que se revela contra los humanos, harto del maltrato recibido por él y sus congéneres.

Derivada de aquella trama viene El planeta de los simios: confrontación, situada en un mundo distópico y no muy lejano.

En ese nuevo presente, la sociedad humana sobrevive incomunicada del resto del mundo y al borde del colapso energético, mientras que los primates han fundado su propio espacio, con sus necesidades básicas cubiertas, sin las presiones del consumismo y reglas de convivencia pacifistas.

Pero como es costumbre, las ambiciones y los egoísmos humanos y las conductas nocivas transmitidas a nuestros primos genéticos terminan por generar la tan temida confrontación del subtítulo.

César debe hacer valer sus condiciones de líder justo y magnánimo, y sus recuerdos sobre la bondad de algunos hombres, ayudado por Malcom, un ingeniero que procura beneficios sin generación de perjuicios.

Mucho más oscura en el guión y en la fotografía --un elemento de expresión que para el caso se vuelve protagonista-- esta cinta realizada por Matt Reeves, el mismo de Cloverfield, ya no enfoca en el vínculo hombre-primate, sino que se hace otras preguntas, sobre comportamientos opuestos que se pueden dar en el mundo supuestamente racional como en el aparentemente salvaje.

Con sus excesivas dos horas y 17 minutos de duración --como gran parte de las superproducciones actuales--, logra, no obstante, mantener la tensión que se renueva cuando la atención de la platea atenta con decaer.