Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Pobreza, sin soluciones mágicas

   Prácticamente una de cada tres personas en la Argentina se encuentra en situación de pobreza, cerca de 13 millones sufren este flagelo. Las cifras que reveló el INDEC, que arrojó un nivel de 32,4%, volvieron a poner el drama de la fragilidad social en el centro del debate.

   No sólo por lo dramático de la situación, sino porque insólitamente hace más de tres años que el país no contaba con estadísticas (confiables o no) respecto a la cantidad de familias que están por debajo del umbral de pobreza y de indigencia.

   En la conferencia de prensa posterior a la divulgación del índice, Mauricio Macri no se hizo cargo y le echó la culpa a la anterior administración. “Éste es el punto de partida a partir del cual acepto ser evaluado como Presidente”, señaló junto a Carolina Stanley, la ministra de Desarrollo Social.

   El Observatorio Social de la UCA, que venía realizado una medición confiable sobre nivel de pobreza, la situaba en niveles cercanos al 29% al finalizar la gestión de Cristina Kirchner. El deterioro se había profundizado en su segunda administración, ante una economía estancada y una inflación que no bajó del 25% en los últimos cuatro años.

   La administración macrista en sus primeros nueve meses habría sumado al menos otros tres puntos al índice. Esto se debe a que la escalada de la inflación (especialmente entre noviembre del año pasado y julio de 2016) superó en 10 puntos a la evolución de los precios.

   Sin embargo, vale la pregunta: ¿ese repunte fue todo culpa de las medidas adoptadas por Macri? Un análisis más detallado arroja que por lo menos 7 puntos están relacionados con los aumentos tarifarios (luz, agua y transporte) que formaron parte del ajuste de precios relativos que durante tanto tiempo postergó el gobierno kirchnerista.

   Conclusión: una parte importante de esa pérdida de poder adquisitivo obedece en realidad a los ajustes demorados por el gobierno anterior y que inevitablemente debían recaer en el actual.

   Pero la discusión sobre quién tiene la culpa de los niveles de pobreza, ahora que hay datos creíbles, no conduce a ningún lado. Se vuelve imprescindible la búsqueda de soluciones para un enorme porcentaje de la población que no tiene lo mínimo necesario para satisfacer sus necesidades básicas de alimentación y vestimenta, pero también de acceso a servicios básicos como agua potable, educación y salud.

   Macri optó por un baño de realismo cuando reconoció que el objetivo de “pobreza cero” de campaña “claramente no se puede lograr en cuatro años”. Así sugirió que su horizonte apunta en realidad a ocho años para conseguir el cambio que imagina para la Argentina.

   Lo mismo sucede con otra promesa de campaña, como la de llegar a un millón de viviendas para los argentinos con déficit habitacional. Pero está claro que ni los créditos hipotecarios, ni el plan Procrear ni el plan Federal de Vivienda conseguirán el objetivo de la noche a la mañana.

   La mala noticia es que ni la recuperación de la economía traerá alivio a las familias pobres de la Argentina. Esperar que un repunte de 3 ó 4% el año que viene “derrame” sería una gran simplificación. El drama es demasiado profundo como para esperar que un rebote lo logre.

   Alcanzar un crecimiento sostenido por cinco años como mínimo sí ayudaría, junto con una drástica reducción de la inflación. Sin embargo, el objetivo de 5% que se impuso el Banco Central para el 2019 parece por el momento demasiado ambicioso y hasta podría resultar contraproducente si debe mantener las tasas demasiado elevadas para lograrlo.

   Pero más allá de algunos indicadores económicos, hay muchos temas estructurales para resolver. Algunos de los más destacados son el bajo nivel de educación, con altas tasas de deserción especialmente en el conurbano, y la enorme proporción de empleados informales, que superan los seis millones de personas.

   En la Argentina se da la paradoja que pocos países tienen: el desempleo apenas se acerca al 10%, pero la pobreza es más del triple. No hace falta hacer demasiadas cuentas para darse cuenta que la precariedad laboral es una verdadera epidemia, que alguna vez habrá que empezar a atacar.