Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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El discurso para un pibe que no existe

Todo cambia. Pero nada cambia...

Da gusto escuchar al historiador Felipe Pigna y al filósofo Darío Sztajnszrajber. Y mucho más si se potencian juntos. Porque ambos persiguen esa manía de desacartonar contenidos pedagógicos que a esta altura ya resultan obsoletos, para convertirlos en atractivos y hasta populares.

O de mostrar a nuestros próceres como debe ser. De carne y hueso.

“¿Piensan que estos tipos del siglo XIX no amaban, no extrañaban, no querían estar en pareja o tener relaciones sexuales? ¡Hablaría mal de esta gente si no hubiese sido así!”, aclara Pigna entre risas.

“La idolatría en la que se coloca a los héroes nacionales creó esta especie de personajes por encima de lo humano, en un nivel casi religioso. De hecho, a San Martín se lo define como El Santo de la Espada”, sostiene Sztajnszrajber.

La historia, aseguran, es contada en términos de héroes y villanos. De ganadores y perdedores.

“Y la empatía siempre es con el ganador, porque lo que se recuerda de San Martín son sus victorias. El fomento de una sociedad exitista deja debajo de la alfombra aquello que queremos desempolvar: la historia de los derrotados”, detalla el filosofo.

Pigna dice que en la enseñanza de la Historia en escuelas primarias y secundarias “se omite el conflicto. Se sostiene que el niño no esta en condiciones de comprenderlo. Y la realidad es que el chico de 2017 vive viendo videos o leyendo comics donde el conflicto, justamente, siempre está presente”.

El historiador enfatiza sobre la capacidad de abstracción y memorización del chico, a la que califica de impresionante. Y tiene mucha razón. Un ejemplo: Pokemón, cuya llegada entre los jovencitos es impresionante, tiene 590 personajes. ¡Y en japonés!

Según Pigna, el discurso escolar está dirigido a un pibe que ya no existe más. Que atrasa 50 años.

“Pero, por debajo, el sistema sirve para reforzar la escolarización de la historia: parece que su único ámbito autorizado para `pensar’ la Historia es la escuela, a tal punto que, cuando llega el 9 de julio, la gente habla más del acto escolar que del proceso independentista en sí”.

La clave, opina Pigna, quizás esté en hacer coparticipar al alumno, detectar qué podría despertarle más inquietudes y, por ende, mayor curiosidad.

“De qué manera se pueden relacionar los contenidos del pasado con su presente, qué consecuencias generaron en su cotidianidad”, señala.

Para Sztajnszrajber, el aula tradicional directamente “ha muerto”.

“Lo cual no necesariamente signifique algo negativo. En todo caso, debemos repensar por dónde pasan la transferencia y el conocimiento. Enseñar hoy contenidos en un aula es una pérdida de tiempo, porque los pibes los tienen disponibles en plataformas que antes no existían”.

Para pensar.

Y para debatir.

Aunque la extraña conclusión sea que todo cambia. Pero nada cambia...