Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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El Macri más genuino de todos

Un amigo, de esos de fierro, decía que una misma situación graciosa, en un mismo auditorio, momento, con igual escenario, pero contada por dos personas diferentes, bien podría despertar sensaciones totalmente disímiles.

Risa, hilaridad, por un lado. Indiferencia, apatía o hasta rechazo, por el otro. Los dos extremos.

La mención tenía que ver con un chiste que, contado por un amigo suyo en el ámbito laboral, había sido recibido con una ancha sonrisa por su jefe.

Claro que la misma situación se reiteró una semana después. Sólo que esta vez narrada por otro compañero de tareas. Y derivó en la inmediata suspensión de éste por el mismo sujeto jerarquizado.

En definitiva, ¿qué había cambiado?

Que el primero podía caer en una vulgaridad, que era tomada a risa por la mayoría.

El segundo, todo lo contrario. Una simple nimiedad terminaba en la no aprobación del otro, en la mirada recelosa. Y en el mejor de los casos, en una sonrisa forzada. Piadosa.

Quien realice un paralelismo de esto con los dichos de Mauricio Macri, el martes pasado, sobre una anécdota que protagonizó en un centro de jubilados cuando se desempeñaba como jefe de gobierno porteño, pensará qué lejos está nuestro actual presidente de resultar mínimamente gracioso con ciertas vivencias.

* * *

"Lo más emocionante que vi fue abuelos aprendiendo informática que nunca habían abierto una computadora. Después tuvimos que dar de baja las cuentas, porque el porno batía récord... estaban como locos (los abuelos)", sostuvo el jefe de Estado, quien no tuvo reparos al señalar, incluso, el nombre del centro de jubilados donde vivió la experiencia.

Lapsus, falta de tacto, una irrespetuosidad o lo que fuere, el presidente la embarró -¡y justo con jubilados!- durante el relanzamiento del Instituto Nacional de la Administración Pública.

Al cabo, un acto que no iba a mover el amperímetro de su gestión ni para arriba ni para abajo, pero que al final resultó el disparador de un debate que lo dejó mal parado tras su poco feliz ocurrencia.

Quizás sus asesores deberían sugerirle que no se aparte del libreto, ese que resulta materia opinable fundamentalmente en el rumbo económico, para no caer en más anécdotas que dañen su investidura.

Como aquella de hace tres años (el 22 de abril de 2014) en Tierra del Fuego, cuando no pudo con su genio y se metió en otro tema espinoso, también emparentado con lo sexual: el de los piropos subidos de tono y las campañas públicas que los condenan.

Fue entonces cuando el líder del PRO, por entonces en campaña para la presidencia, salió en defensa del flirteo. Y expresó: “A todas las mujeres les gustan que les digan un piropo”.

“Aquellas que dicen que no, que se ofenden, no les creo nada”, acotó Macri. Y redobló la apuesta. “No puede haber nada más lindo que un piropo, por más que esté acompañado de una grosería. Que te digan qué lindo culo que tenés... Está todo bien”, agregó sin ponerse colorado.

Aquella, como ésta, resultaron expresiones que no deberían dar ninguna gracia expresadas por nadie en particular.

Pero mucho menos, está claro, por el mismísimo presidente de la Nación.

Un Macri, eso sí, genuino.

Quizás el más genuino de todos los Macri.